Un ayuntamiento de Castellón ha
convocado una oposición para una plaza de enterrador que ha quedado desierta,
porque ninguno de los 37 vecinos que se presentaron sabía sumar, restar,
multiplicar y dividir correctamente. Independientemente de que se podría
cuestionar la necesidad de certificar el conocimiento de tales operaciones para
ejercer un puesto sin ecuaciones mentales complicadas, habrá quién se sirva de
la anécdota para demostrar el desconocimiento que, dicen, nos asiste desde la
generación LOGSE.
El propio ministro Wert, ácido
como las primeras mandarinas de temporada, estará probablemente convencido de
que su nuevo plan educativo puede frenar la ignorancia en matemáticas básicas. Wert
nunca se ha dedicado ni a la cultura, ni al deporte, ni a la educación, pero
una vez investido con la reverencial sotana de la casta política se ha
convertido en un iluminado experto en copiar los peores vicios formativos que
ya fracasan en otras fronteras.
Por lo pronto, el abstruso novato
ha detonado más de una carga de dinamita gramatical que ha sacudido los cimientos
del sentido común. Quién probablemente ha encajado mal el significado de ser
ministro y ejerce el ministerio con toda la furia de un emperador caprichoso,
ha sido agarrar la cartera y considerarse investido de infalibilidad educativa.
La torpeza de su inexperimentada e instantánea clarividencia es una amenaza
para un sistema educativo en constante mutación hacia el fracaso. La educación,
como la cultura, ahora unidas en el mismo ministerio, han pretendido utilizarse
como instrumentos para fabricar ciudadanos en serie que piensen y conecten con
los mismos valores que el partido político de turno. Poco le importa a Wert y a
sus antecesores que los escolares españoles hagan cada vez más plastilina y
menos cuentas, con tal de que interioricen, o no, depende del color del
ministro, que la familia como dios manda son papá y mamá, que el aborto no
tiene matices y es siempre un asesinato caprichoso, que el matrimonio solo es
entre hombre y mujer o que la memoria histórica debe permanecer en el olvido. Poco
más interesa que adoctrinar, en lo educativo y en lo cultural.
Así las cosas, el amargo y
soberbio Wert ha inspirado el enésimo plan para forjar ciudadanos inteligentes,
condenado al fracaso de antemano, ya que el ministro solo plantea retocar los contenidos
de Educación para la ciudadanía
Al parecer, según ha descubierto
Wert, el problema es únicamente evaluativo. Se ponen más reválidas y arreglado.
Los alumnos se someterán a una evaluación el último curso de primaria
escasamente ambiciosa en la que únicamente tendrán que demostrar que no son
alfabetos funcionales, es decir, que saben leer, escribir y un poquito de
inglés básico. El que suspenda repite sexto, pero si ya es repetidor pasa de
curso e inicia la ESO con un certificado de que no sabe nada en su expediente. Este
sistema se repite en cuarto de la ESO, con dos modalidades distintas para
bachillerato o formación profesional.
Es decir, que a partir de ahora,
habrá más oportunidades de demostrar lo poco que saben.
Se quiere adelantar a tercero de
la ESO la selección de contenidos orientados a lo que se quiere ser de mayor,
es decir que con catorce años decidan. Lo cual, más que precipitado, es anormal
porque a esa edad aún no tienen ni acné.
Qué más da. Los torpes estudian
en la escuela pública, de segunda velocidad, y los listos, a colegio de pago,
de élite, donde Wert se ha formado esta mentalidad tan ofuscada.
Los que sobrevivan llegan a la
universidad, donde el inexperto Wert pretende sustituir la prueba nacional de
Selectividad por la caprichosa selección a dedo de cada institución académica que
pondrá sus propios mecanismos de acceso. Un sistema que copia uno de los peores
defectos de la educación norteamericana, pero que fascina al retorcido Wert.
Hasta ahora, en España solo los
mejores estudiantes han accedido a la Universidad en base a sus calificaciones,
homologadas y certificadas a nivel nacional por el examen de Selectividad. Si
de algo tenemos que estar orgullosos es que, en este país, independientemente de
la procedencia social, cualquier ciudadano con talento, aunque no tuviera
recursos económicos, ha podido estudiar en la universidad pública española.
Solo los más listos llegaban a la universidad. Pero el triunfo del talento es
agua pasada. A partir de ahora el dinero manda, y quien lo tenga tendrá más
posibilidades de estudiar y de elegir universidad, mientras los demás recorrerán
la geografía nacional haciendo pruebas y pruebas de acceso, entrevistas y
peloteo al decano de turno. Y eso, es borrar algo de lo que este país puede
sentirse orgulloso. Es por tanto un error mayúsculo de Wert, tan grande como la
soberbia que le envenena, como la inexperiencia que nos arrastra hacia una
tremenda injusticia.