Publicada en EL DIARIO MONTAÑÉS
El 7 de junio de 2013
Las grandes épocas de la cultura son épocas de decadencia
política. Según este axioma de Nietzsche debemos estar enhebrando un fértil
periodo creativo porque coincide que, en pleno crepúsculo austero, se enarbola
la bandera de la cultura, probablemente, como única alternativa tras un
calendario de iniciativas fracasadas sustanciadas en un cementerio de
infografías. El Moneo, La Remonta, el museo de Las Llamas, el tranvía, la
energía eólica, el Ave o la multiplicación de los parques tecnológicos propuestos
en un pasado reciente han desaparecido del discurso reivindicativo.
Ahora nos jugamos el futuro a una carta, el Centro Botín,
que -dicho sea de paso- poco importa si nos hace
más cultos mientras nos haga más ricos. El edificio se ha convertido en el eje
imprescindible del futuro de esta comunidad del anillo –cultural- forjado en esta
montañosa oscuridad de Mordor, por lo
del invierno en diferido. Un anillo único para gobernarnos a todos desde la
atalaya de la cultura institucional, ahora en efervescencia, desde que se
pretende que quienes la dirigen hace décadas se cuestionen a si mismos. Un
círculo cultural que ha deformado su perímetro para añadir el edificio del
Banco de España como sede del museo de prehistoria, sin dotación para
rehabilitarlo, precisamente ahora que hemos gastado 1,5 millones de euros en
adaptar el sótano del Mercado del Este para exhibir la colección.
En Laredo han apostado por algo más rápido
y tangible que la milla cultural santanderina, cuyo atractivo aún tendrá que
probarse. Han tirado de movilidad exterior y se han dejado adoptar por los
chinos, quienes, seducidos por una degustación de anchoas, se han comprometido
a construir un centro de ocio en el puerto.
Por si los esfuerzos culturales no dan los
euros deseados podemos ensayar otras alternativas. En Londres han instalado
unas baldosas que generan electricidad con la energía cinética de las pisadas
de los peatones. Es lo que necesitamos en Reina Victoria para rentabilizar los
paseos de parados, jubilados y demás espectadores del balcón de la bahía. Para
rentabilizar el ensimismamiento. Lo dice el lema de la carrera solidaria de
Camargo: Tus pasos cambian el mundo.