El país se derrumba y hoy dice el periódico
que en el segundo mejor restaurante del mundo, que es catalán, sirven adrenalina gastronómica.
Patatas violeta y un hueso con el tuétano relleno de caviar, como los bolsillos
de los ricos españoles que tienen cien mil millones de euros en Suiza, el diez
por ciento del Producto Interior Bruto Nacional. A muchos de ellos se les
enciende la boca con el patriotismo y la unidad nacional.
Chupar pinzas de bogavante es ya una
ordinariez marbellí, los veinte mil asesores nombrados a dedo que soporta
España, y que nos cuestan mil millones de euros al año, pueden permitirse el
lujo de lamer deconstrucciones culinarias, mientras los ciudadanos mueren de
hambre con su vida dentro de una maleta que viaja a ninguna parte.
Rajoy pide paciencia. El plan es dejar que
todo se precipite de forma natural, sin que el estado intervenga en nada, con
un gobierno cruzado de brazos. Liberalismo salvaje. Los ciudadanos somos
arrojados al infame circo de la iniciativa privada que nos fagocita sin remedio
mientras ellos miran para otro lado. ‘Es
importante que haya pijos, que son los que gastan’, dice la delegada del
Gobierno en Barcelona que se llama María de los Llanos, un apellido que hace
honor a su solvencia intelectual.
Políticos a la altura del momento. Toni
Cantó equipara la inmersión lingüística con la pederastia. Cospedal presume de
que todos los votantes del PP pagan la hipoteca aunque no coman, de lo que se
infiere que en España solo se desahucia a quienes no votan al Partido Popular
que son, en controvertida dualidad, a la vez nazis, por manifestarse en los
domicilios de los políticos que se niegan a aprobar una ley hipotecaria justa, “porque
quieren la dación en pago para comprarse otro piso”, resuelve Martínez Pujalte.
Cañete y su teoría del yogur infinitivo,
que no caduca, recomienda duchas de agua fría para que el país ahorre energía.
Fátima Báñez esconde en el vergonzante eufemismo de movilidad exterior la
triste emigración de trabajadores españoles al extranjero. Pero tal vez la frase
más amarga y falsa de todas es la pronunciada por Rubalcaba. “Si no me quieren
me iré con enorme alegría”, dice quien no puede liderar con dignidad la
alternativa.
Se toman medidas para seguir destruyendo
empleo y para empobrecer aún más a los ciudadanos, que ya van a tener que pagar
hasta por los cuatro duros que tienen ahorrados en el banco y de los que están
viviendo ahora. Más impuestos todavía, más madera para un país en quiebra, y si
no son suficientes se inventan más.
En esta delirante fábula solo sobrevivirán
los más ricos, a quienes les espera un futuro cubierto de caviar hasta el tuétano.
El sacrificio somos nosotros, los nacidos para perder.