lunes, 29 de abril de 2013

Los nacidos para perder


El país se derrumba y hoy dice el periódico que en el segundo mejor restaurante del mundo, que es catalán, sirven adrenalina gastronómica. Patatas violeta y un hueso con el tuétano relleno de caviar, como los bolsillos de los ricos españoles que tienen cien mil millones de euros en Suiza, el diez por ciento del Producto Interior Bruto Nacional. A muchos de ellos se les enciende la boca con el patriotismo y la unidad nacional.

Chupar pinzas de bogavante es ya una ordinariez marbellí, los veinte mil asesores nombrados a dedo que soporta España, y que nos cuestan mil millones de euros al año, pueden permitirse el lujo de lamer deconstrucciones culinarias, mientras los ciudadanos mueren de hambre con su vida dentro de una maleta que viaja a ninguna parte.

Rajoy pide paciencia. El plan es dejar que todo se precipite de forma natural, sin que el estado intervenga en nada, con un gobierno cruzado de brazos. Liberalismo salvaje. Los ciudadanos somos arrojados al infame circo de la iniciativa privada que nos fagocita sin remedio mientras ellos miran para otro lado. ‘Es importante que haya pijos, que son los que gastan’, dice la delegada del Gobierno en Barcelona que se llama María de los Llanos, un apellido que hace honor a su solvencia intelectual.

Políticos a la altura del momento. Toni Cantó equipara la inmersión lingüística con la pederastia. Cospedal presume de que todos los votantes del PP pagan la hipoteca aunque no coman, de lo que se infiere que en España solo se desahucia a quienes no votan al Partido Popular que son, en controvertida dualidad, a la vez nazis, por manifestarse en los domicilios de los políticos que se niegan a aprobar una ley hipotecaria justa, “porque quieren la dación en pago para comprarse otro piso”, resuelve Martínez Pujalte.
Cañete y su teoría del yogur infinitivo, que no caduca, recomienda duchas de agua fría para que el país ahorre energía. Fátima Báñez esconde en el vergonzante eufemismo de movilidad exterior la triste emigración de trabajadores españoles al extranjero. Pero tal vez la frase más amarga y falsa de todas es la pronunciada por Rubalcaba. “Si no me quieren me iré con enorme alegría”, dice quien no puede liderar con dignidad la alternativa.  

Se toman medidas para seguir destruyendo empleo y para empobrecer aún más a los ciudadanos, que ya van a tener que pagar hasta por los cuatro duros que tienen ahorrados en el banco y de los que están viviendo ahora. Más impuestos todavía, más madera para un país en quiebra, y si no son suficientes se inventan más.

En esta delirante fábula solo sobrevivirán los más ricos, a quienes les espera un futuro cubierto de caviar hasta el tuétano. El sacrificio somos nosotros, los nacidos para perder.