Hay
que ver lo que nos hemos reído en este país de Berlusconi, cuando cambiaba las
leyes a su antojo para superar ilegalidades. Ahora que ya somos como aquella Italia
de pandereta, me temo que no nos hace tanta gracia. El Gobierno español
coincide con Putin en que Rusia y España tienen demasiada libertad de
expresión. El líder ruso ya está corrigiendo el vicio limando con dureza, desde
hace años, cualquier intento de excesiva democracia. Tan equivocado está el
libre albedrío del pueblo que ha tenido que intervenir para forjar un resultado
electoral favorable a su persona.
El
Gobierno de Rajoy –o al menos su portavoz para asuntos internos, la delegada
Cifuentes- ha advertido hoy que sopesa hacer cambios legales para ‘modular’ el
derecho de manifestación. Porque, al parecer, es la única manera de legalizar
los métodos represivos que obliga a utilizar a la policía en las
concentraciones contra el Gobierno.
Fue
Noam Chomsky quien dijo que si no creemos en la libertad de expresión para la gente
que despreciamos, no creemos en ella para nada. Ahora que ha tocado poder, Cifuentes
cree que la Ley es muy permisiva con el derecho de reunión y manifestación que
disfrutó para sí cuando ejercía la oposición. Pero ya lo advirtió ayer
Lassalle. Según su teoría, las leyes están por encima de la voluntad del
pueblo, y también por tanto de la de esta señora.
Aún
así, resulta sorprendente el protagonismo de la delegada del Gobierno en Madrid
que, por la soltura con la que se conduce y los silencios de Rajoy, parece
haber tomado las riendas del país. En realidad es como un tres en uno, porque
además de su cometido parece capaz de fagocitar las competencias de los
ministerios de Interior y Justicia. Al menos solo cobra un sueldo, no como
Cospedal y su obsesión por no pagar a los diputados mientras ellas percibe tres
salarios y enchufa al marido en un consejo de administración.
Legislar
a la medida de los intereses políticos del gobierno de turno –en este caso para
intentar reprimir manifestaciones- no es precisamente democracia. Son prácticas
abusivas que tienen cabida en otro tipo de sistemas políticos o, cuando menos,
que evidencian un notorio deterioro del mismo. El efecto, además, es
contraproducente. Obligará a los ciudadanos a sumar una nueva causa para salir
a la calle.
Lo
que es terrible es que los fanáticos dibujen los límites de la libertad de
expresión. “Bendito sea el caos, porque es sinónimo
de libertad”, decía Tierno Galván.