La duda es uno de los nombres de la inteligencia, decía
Borges. Por tanto, debemos abordar con escepticismo esa obstinación de quiénes
nos gobiernan por aspirar a constreñir geográficamente la inteligencia al perímetro,
primero de Santander, y ahora de Cantabria, manipulando un concepto que, en ningún
caso, puede limitarse a adjetivar un mero despliegue de cacharritos tecnológicos
y redes wifi.
Tras fracasar la etiqueta de cultura imbricada a Santander,
se recurrió a otro apellido, el de inteligente, más pomposo que el anterior. ¿Pero
por qué limitar la inteligencia a Santander? ¿Por qué no extender el sueño del conocimiento
al resto del mapa cántabro? Es sencillo, aún no sabemos si barato. Como ayer
hizo el presidente, basta con decretar que Cantabria es inteligente, como antes
fue infinita, gran reserva o simplemente verde, que a lo mejor es lo que sigue
siendo.
Eso sí, para disfrazar la debilidad del concepto se adereza
con una cadena de términos en inglés que disipan dudas y
confirman que estamos en esa conjunción interplanetaria donde Zapatero sedujo a
Pajín, o viceversa. Así, nos han dado Smart Santander, que ayer mismo sintió la
imperiosa necesidad de sacar a concurso cuatro instalaciones tecnológicas más
porque, al parecer, se necesitan sensores, actuadores y gateways; y ahora Smart
Región, con una derivada: El Smart grid, para denominar a las redes telemáticas
para gestionar energía.
Si en los ochenta las peluquerías se llamaban Joana´s
y los bares Manolo´s, ahora se rebautiza el callcenter del PCTCAN que pasará a ser un Customer VoiceLab, y hoy se
publica que un yate de 18 metros inaugura el travel lift del nuevo puerto de
Laredo.
Destrozando las palabras de García Montero, si la inteligencia
fuera solo cuestión de palabras, los políticos cántabros habrían creado un
idioma. Pero es que además aspiran a dotarle de contenido, y aquí es donde el
ciudadano se debate entre la hilaridad y el escepticismo. Nos vamos a hacer
inteligentes ensayando fenómenos paranormales con una flotilla de vehículos aéreos
no tripulados con base en La Lora, impulsando medios de pago telemáticos ahora
que no compra nadie, construyendo una realidad aumentada –efectivamente, ya está
bastante deformada-, forjando el nuevo paradigma del hogar conectado y creando
redes inteligentes de distribución energética. Vamos a ser inteligentes sin una sola mención a la cultura o al conocimiento.
Nuevas propuestas para una sociedad acostumbrada a
iniciativas provinciales -o directamente provincianas- mucho menos agresivas
como abrir oficinas (de apoyo a la empresa familiar, del cambio climático) y
centros de interpretación, o realizar campañas informativas, que también
consumen buena parte de la vanidad de nuestros gestores.
En medio de este delirio, no es de extrañar que Gutiérrez
Aragón haya dicho ayer que le gustaría poder filmar un mundo que se escapa y
que se va a acabar, porque la cabaña pasiega se va a convertir en un chalet de
verano. Con teleféricos, campos de golf y universidades privadas. Esa es la
vida que nos espera. Eso, y el reto de que el alcalde consiga, como se ha
propuesto, que los pasajeros de los cruceros cambien Santillana, Comillas y
Bilbao por un paseo medioambiental por el Parque de Las Llamas o Mataleñas. Aunque más que una cuestión de inteligencia, es cuestión de tener fe en los milagros.
Ya lo dijo Kant, la inteligencia de un individuo se mide
por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar. Y nos están sometiendo a prueba disparando fuegos artificiales.