En medio del drama, de una
catástrofe o incluso del horror siempre se puede rescatar una imagen de belleza
y de esperanza, aun cuando ésta sea lo bastante efímera como para desaparecer
mientras se pronuncia. Hoy leo que la urbanización La Condesa, de los Corrales,
se está hundiendo y que las casas se están despegando del suelo. Me imagino esa
potente imagen, la he visto en alguna otra parte. La he contemplado con asombro
y deleite en la pantalla del cine, en la película ‘Up’, en esa escena imposible
que ahora imagino que se hace carne en las raíces de las casas de los
habitantes de este barrio. Aquel hombre que en su vejez quiso volar, que no
renunció al sueño de su vida, que rompió los cimientos de su casa con la fuerza
de cientos de globos que la elevaron en el aire como un fantástico dirigible.
Hoy las casas de los Corrales quieren soltar amarras, sus raíces empiezan a
desasirse de los cimientos en los que hasta ahora permanecían enroscadas. Se
tambalean. En su huida hacia las nubes crujen los anclajes que les unen a la
tierra y revientan las tuberías.
Las casas de La Condesa levantan
el vuelo para huir de un barco sin capitán, de la tiranía de una vida que
dirigen otros desde algún despacho, de los viernes de malas noticias, del
oscuro porvenir, del sinvergüenza que les dio licencia para habitar sobre un
suelo de cristal. Para huir de eso que algunos llaman vivir, y que sin pudor
añaden el adjetivo ‘civilizadamente’ y incluso en estado de gracia, es decir,
de bienestar.
En mi delirio particular, imagino
que las casas de La Condesa se han atrevido a cortar los hilos que les
convierten en marionetas de un mundo triste, y que se encumbran hacia el cielo,
hacia la libertad, prendidas de un espectacular racimo de globos de colores. Imagino
que viajan hacia la aventura, sin hipotecas, ni seguros, y que se dirigen a un
lugar donde no llegan los recibos del IBI, donde no hace falta curarse de
ninguna enfermedad y donde los pobres no tienen que ser más listos que los
ricos para estudiar en la Universidad.
Los técnicos, que tienen por pragmática
costumbre reventar los sueños, tratan de contradecir la metáfora con una
desagradable dosis de realidad. Al parecer, el efecto óptico es una estafa
–otra más- y las casas no se elevan del suelo, sino que es el suelo el que se
hunde bajo sus pies. Adiós a mi sueño. Adiós a la esperanza.
Mientras tanto algún político,
desconcertado ante semejante ejercicio de libertad, susurra: “No huya,
paciencia, que todo volverá a ser como antes”. Esa es la equivocación, pensar
que dentro de esa burbuja se vivía mejor. ¿No es usted capaz de ver que se abre
un abismo bajo los pies y que nos alejamos cada vez más del cielo?