Veinte horas antes del rescate el
Casino de Santander estallaba en un jubiloso espectáculo de luz y color azotado
con fuegos artificiales, discursos políticos y copas de cava; una metáfora
estética de una ciudad que sigue mirándose el ombligo mientras el país es
absorbido por el vórtice financiero del todopoderoso eurogrupo. Suena la música
mientras el océano de hielo acecha nuestro transitar por el bosque oscuro de
las manzanas envenenadas.
Mientras todo se derrumba, aún
nos quedan los eufemismos –operación de crédito, ‘lo de ayer’, fortaleza del euro- de los que
se ha abusado en exceso este fin de semana para tratar de ocultar una realidad
incómoda: Que Europa tiene que salvarnos de la ruina con 100.000 millones de
euros, más de lo que suman juntos los rescates de Portugal e Irlanda. Y que ese
dinero -que necesitamos por culpa de la mala gestión de la banca- nos salpica a
todos los españoles, a quienes nunca nos salpicaron los beneficios ni los sueldos
de 400.000 euros ni los blindajes de catorce millones de euros que están en el
bolsillo de los gestores de las cajas de ahorro. Y que no van a salir de ahí,
porque el presidente del Gobierno, un débil y temeroso Rajoy -a cuyo nombre ya
no puede unirse la cualidad de líder- no se atreve a exigir el retorno del
dinero perdido ni las correspondientes responsabilidades. Tampoco se atrevía a
dar la cara, hubo que forzarle desde el sentido común, aunque finalmente su
comparencia resultó peor que el silencio.
Podemos elegir negar el rescate,
como algunos antes se aplicaron a negar la marea negra del Prestige, o la
autoría de los atentados del 11-M con catastróficos resultados desde el punto
de vista de la evidencia.
Pero ya que no nos salvan, por lo
menos que no nos mientan. Que se pongan a trabajar para que esta ayuda
financiera, como ha pasado en Grecia, no se convierta en una soga al cuello de
los españoles por el brutal esfuerzo económico que puede suponer a partir de
ahora las condiciones para su devolución –dicen que 30 años al 3%- y, sobre
todo, para dominar el déficit que genera esta inyección.
De España han huido en un mes más
de 60.000 millones de euros; los pasajeros de primera clase ya tienen bote
salvavidas. A los de segunda, nos van a entretener con la reposición en la
televisión de ‘El hombre y la tierra’ mientras nos llega el agua el cuello.