lunes, 4 de junio de 2012

La neurona voluble


Un proverbio árabe dice que los ojos no sirven de nada a un cerebro ciego. Pero una filósofa sueca de nombre Kathinka Evers ha refutado el axioma y defiende que el cerebro es muy influenciable a los estímulos externos. Es decir, que lo que entra por los ojos modifica rápidamente nuestro pensamiento, en el sentido moral, proporcionando lucidez a un cerebro yermo.

Investigar la naturaleza moral del cerebro humano ha sido siempre una constante en la filosofía y, ahora, esta señora vende como nuevo que el cerebro es un órgano plástico y variable, voluble, cuya arquitectura está sujeta al impacto social.

Es algo que ya habíamos notado porque, en realidad, casi todo el mundo comparte las mismas opiniones y sensaciones fruto de la superlativa influencia de los medios de comunicación, que ya razonan por nosotros propagando, a la medida de los intereses políticos que defienden, las verdades absolutas.

Pero más allá de la conciencia colectiva, puede ser que individualmente esta debilidad ética del cerebro nos conduzca a alterar la realidad, a cambiar los parámetros morales en función de las circunstancias ambientales. Será por eso que, supuestamente, dictadores como el sirio Bashar Al-Assad considera  aceptable moralmente, dentro de su código cerebral influenciado por la realidad, justificar que el terrorismo internacional que ataca a su país es responsable de la matanza de Hula. Y ve un ejército de gigantes donde no hay más molinos que la rebelión social y política contra su sanguinario régimen.
Igual mal, el del cerebro camaleónico que se adapta al medio, padecen los censores chinos que 23 años después aún siguen queriendo silenciar la matanza de Tiananmen, argumentando que la represión de aquellas protestas contrarrevolucionarias se hizo en nombre de la estabilidad del país.

Parece, no obstante, que todos los cerebros no son tan maleables y que los parámetros morales de muchos ciudadanos se mantienen firmes y no se dejan influenciar por la realidad social en la que habitan, aunque en determinados escenarios lo estén pagando con su vida.

En todo caso, la cuestión no es si, bajo determinada influencia, el cerebro puede o no alterar sus valores éticos. Es más bien, dilucidar si ese cambio es inconsciente o voluntario. Dicen que las neuronas toman las decisiones diez segundos antes que nosotros, por lo que hemos de concluir que no podemos enfrentarnos a nosotros mismos y por más que deseemos admitir una conducta o una idea, ésta chocará con el veredicto de nuestro influenciable cerebro.

Igual todo es más simple, y resulta que solo quien tiene cerebro puede cambiar de idea.