viernes, 6 de julio de 2012

Una victoria moral


La condena de Videla me reconcilia con el mundo, aunque sea tarde y mal, como habitualmente se dejan suceder estas cosas, porque lo más temible de estos sanguinarios verdugos es el atroz ejemplo de su impunidad. La sentencia que le condena a cincuenta años de cárcel por el robo de bebés durante la dictadura argentina, entre 1976 y 1981, da la razón a las Abuelas de la plaza de mayo que desde la restauración de la democracia en 1983 han luchado por sentar en el banquillo a los responsables de la tortura y muerte de sus hijas y de la desaparición de sus nietos.

Cierto es que la sentencia supone una simbólica victoria moral dado que Videla, con 86 años, y otra decena de cómplices en el gobierno de la dictadura, ya cumplen cadena perpetua desde 1985 por asesinatos y todo tipo de delitos de lesa humanidad. Poco le importaba añadir unos años más. A nosotros si debe importarnos, porque certifica que triunfa la justicia, y no la venganza, como algunos pueden colegir del hecho de que esta última condena no tenga repercusión en forma de castigo efectivo.

Hace poco los crímenes de guerra en Sierra Leona pasaron factura a Charles Taylor que fue condenado a cincuenta años de cárcel por el tribunal penal de La Haya. Pero hay otros demonios que para vergüenza de la humanidad no han sido sometidos al veredicto de la justicia y, es más, algunos de estos personajes, como el especialmente hiriente Pinochet, se han jactado de ello hasta su último aliento transformándose, cuando convenía, en un desvalido y demente abuelito para burlar la orden de captura internacional en Londres emitida por Garzón, o los posteriores procesos judiciales que a raíz de esta iniciativa se abrieron en Chile.

Por desgracia, la lista de dictadores que abrazan la impunidad es demasiado larga y supone un fracaso de la comunidad internacional, que acaba encontrando más cómodo que Gadaffi sea eliminado en un cruento combate civil o que Sadam Hussein, tras dos años de juicio, fuese condenado a morir en la horca por el Alto Tribunal Penal Iraquí.

Montesquieu dijo que la ley ha de ser como la muerte, que no exceptúa a nadie. Pero hay en algunos de nosotros un poso de justicia mal entendida que considera que mirar hacia atrás en el tiempo para juzgar los crímenes de una dictatura es una innecesaria ansia de venganza. Pasar página es una cobardía colectiva, es el fracaso del estado de derecho que tanto ponderamos; supone condenar al silencio y al olvido a las víctimas y a sus familiares negándoles su derecho a la justicia. Es, por tanto, discriminatorio, además de cruel.

Supongo que para quienes somos ajenos a las víctimas mirar hacia otro lado es una actitud mucho más cómoda, no enredarse en el pasado, no escuchar ni sufrir con sus testimonios, con el dolor ajeno. Y en última instancia, no sentirnos culpables, ni cómplices del silencio, del olvido, de la indiferencia, de la pasividad.

En España lo sufrimos a diario. Muchos de quienes reclaman que los terroristas etarras se pudran en la cárcel, son fanáticos defensores de la amnistía hacia los asesinatos franquistas, como si en ambas circunstancias el resultado no hubiese sido el mismo: Un crimen. No es venganza, es justicia. La misma que se aplica automáticamente todos los días al ladrón que roba un coche o al que arranca el bolso a una señora.

Videla no podrá resarcir a las víctimas del mal causado, pero esa no es razón para que no sea condenado. Tal vez lo más repugnante, lo más desasosegante, es que ni siquiera está arrepentido, como hemos podido comprobar en el proceso judicial. Si el demonio existe, uno de sus nombres es Videla. Una naturaleza envenenada y pútrida.