El Gobierno se niega a evitar que
nos estafen con los contratos pero, al menos, ha obligado a que la letra
pequeña mida como mínimo 1,5 milímetros, según la circular del Banco de España
publicada en el BOE. Piensan que, así, con este tamaño aún microscópico
tendremos más posibilidades de percibir que nos están timando, que es para lo
que de verdad sirven los contratos. La cuestión no es el tamaño, como ya se ha
venido reconociendo en otros campos, sino la pericia del estafador para
camuflar en una gramática confusa el envenenado compromiso que adquirimos al firmar.
Supongo que sería más sencillo ir
al grano. Prohibir la letra pequeña de los contratos y obligar a que todo se
firme en letra grande. Pero a veces quienes nos gobiernan piensan que lo
sencillo, lo obvio y lo correcto, al parecer, no es lo más conveniente para
nosotros.
España es por definición un país
de letra pequeña. Ahora nos invade la tercera Rumasa, la trilogía del fracasado
clan jerezano. La dinastía de la estafa continua se perpetua eludiendo el
embargo judicial –alguna salvedad incluirá para la hacerlo posible las minúsculas
finales- y, de momento, opera de forma clandestina. Mientras los diseñadores de
cabecera de la duquesa de Alba, Vitorio & Lucchino, están en bancarrota, tal vez influida por los complicados
diseños con los que han disfrazado durante años a esta señora.
La pareja de reconocidos
diseñadores puede apuntarse a las lanzaderas de empleo y emprendimiento
solidario que se ha inventado el Gobierno de Cantabria para tener entretenidos
a los parados. Al parecer la iniciativa -que no supera el concepto de
ocurrencia- consiste en crear grupos heterogéneos liderados por un coach, dice
la propaganda oficial, una especie de grupos de autoayuda para levantar el
ánimo y decidir colectivamente cómo y donde van a buscar trabajo.
La cosa consiste en hacer un club
de amiguitos en paro para crear –alucinen con la antítesis- ‘desempleados
activos’, que estén todo el día discurriendo cómo pueden ganar dinero. Los
beneficiados se captarán por anuncios en prensa y entrevistas personales, es decir,
que habrá un proceso de selección para tener amiguitos, para crear nuestra
pandilla de parados. Todo esto no es broma y, además, nos cuesta dinero.
Todas estas ocurrencias supongo
que figuran en la letra pequeña de esos programas electorales que nunca se
cumplen, igual que los contratos de las preferentes de los bancos, los de las
tarifas de las compañías telefónicas, o los precios del kilowatio de las eléctricas.