En la televisión venezolana no
mandan las audiencias. Si el presidente Chávez ve algo que no le gusta, descuelga
el teléfono y prende fuego a la parrilla televisiva. Es un modelo de televisión
interactiva muy particular que se parece un poco a cómo se construyen en España
algunos telediarios, que sacan sus propias conclusiones y nos aseguran que en
el Madrid Arena todo era perfecto antes de que se concluya la investigación.
Aunque al día siguiente haya que ‘modular’ el discurso para desintoxicar a los
atónitos espectadores.
Nos escandalizamos, porque –por
supuesto- nos creemos más libres y mejores que ellos, cuando leemos que Chávez
censuró una telenovela porque la protagonista, una mujer altanera, gorda y malaconducta, faltaba al respeto de Venezuela.
Aunque la verdadera razón es el humillante nombre de su mascota, el perrito Huguito.
A partir de ahora sagas como Los ricos también lloran han quedado
proscritas y solo se producirán culebrones socialistas hechos a medida de la
inquisición chavista. Como Teresa en tres
estaciones, enhebrada con el hilo argumental de una cuarentona conductora
de tren cuya virginidad está amenazada por un emigrante portugués, calificado
de ‘podrido en real’ (en dinero). Quedan por estrenar Amar a muerte y Guerreras y
centauros.
En España nos distraemos con la
historia adulterada de Isabel La Católica, la inofensiva Amar en tiempos revueltos, y un Cuéntame
que ajusta amables cuentas con el pasado y que únicamente ha conseguido reducir
al ridículo el franquismo ante las nuevas generaciones suavizando la verdad. Sería
un dislate tratar de extraer factura moral de la reposición de Ana y los siete, una pornoniñera poligonera
seducida por un banquero y arrastrada desde su arrabal de extrarradio al
infierno capitalista del mayordomo y las tiendas caras. Chávez vibraría de cólera
en el sofá con este argumento que, por otro lado, ni desmerece ni supera al de la
maquinista virgen y el portugués taimado. Ya dijo Fellini que la televisión es
el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural.
El gobierno venezolano financia
la producción de series que reflejan sus ideales bolivarianos. Aquí, una joven promesa televisiva española es portada de una revista. Debajo de su foto, ligera de
equipaje, presume del siguiente curriculo: Ex tronista de Mujeres, hombres y viceversa, ganadora de Gran Hermano 12 y portada de Interviú.
Parece que la libertad no mejora mucho la televisión. Como esa creatividad cinematográfica
española reprimida, que cuando llegó la democracia pudo, al fin, dar rienda
suelta a su talento. Y, entonces, llegó el destape.