La prensa da cuenta hoy de que Pere
Gimferrer estrena un libro de poesía donde además de reflexionar sobre el amor
y la escritura, dedica versos a la corrupción y al crimen. Por sus poemas
desfila Urdangarín –retratado como alfeñique de pupila azul- y el desfalco del caso Palma Arena, Matas y María Antonia
Munar; asoman referencias a Noam Chomsky, e incluso se rescatan los asesinatos
de los etarras Lasa y Zabala a manos del GAL.
Gimferrer está convencido de que la poesía
es una herramienta moral y no está dispuesto a glosar a los pajarillos y las
flores mientras el mundo se derrumba.
Dos páginas después, el periódico alerta
sobre el poder terapéutico de las heces, para tratar cierto tipo de diarreas.
El tratamiento consiste en tragar por sonda 141 gramos de excrementos
procedentes de un donante sano mezclados con suero salino.
En realidad este repugnante antídoto no es
una receta tan novedosa. Todos los días nos hacen tragar nuestra dosis de
estiércol, una vacuna que busca hacernos inmunes a la corrupción que practican
quienes nos alimentan de noticias.
Hoy sabemos que el senador más votado en
la historia de Cantabria, Luis Bárcenas, amasó una fortuna de 22 millones de
euros mientras fue gerente del Partido Popular, sin duda forjada practicando
las medidas de austeridad que Rajoy nos ha impuesto a todos. Lo fermentó en
Suiza, entre vapores de chocolate, como ahora ellos afean a los ‘Pujoles’.
Así, tacita a tacita -que decía el
anuncio- Bárcenas fue cultivando millones, hasta el punto de que un día su
mujer rompió el cerdito y se presentó en el banco a ingresar medio millón de
euros en billetes de quinientos. Nunca les gustó ahorrar solo calderilla.
Su jefa Cospedal ya se está retractando de
aquel compromiso que adquirió en el fragor de la batalla catalana: “Si el PP
tuviera cuentas en Suiza yo tendría que dimitir”.
Su compañero de filas Ignacio González ha
adquirido un dúplex de quinientos metros cuadrados en Marbella a través de un
paraíso fiscal.
Y Gallardón hoy dispara doble ración de
excrementos: Ha indultado a un conductor kamikaze condenado a trece años de cárcel por
matar a un joven, cuyo caso casualmente defiende el despacho de abogados en el
que trabaja su hijo, Gallardonito
III. Y el poder judicial duda de la legalidad de la reforma del códido
penal que impulsa quien pasmosamente ha medrado en la política camuflado con
piel de progresía intelectual. Un texto, que entre otras escandalosas
arbitrariedades, se reserva el derecho a mantener a un reo en prisión hasta
diez años más tras cumplir su condena, si el ministro de turno así lo considera.
Hasta los meritorios de provincia, como
Eduardo Arasti, a quien su itinerario curricular de meteorólogo avala para ser
consejero de Industria de Cantabria, contagiado del entusiasmo antidemócrata de
Gallardón, se niega a desvelar cuánto dinero público nos cuesta el convenio con
Ryanair porque es un asunto confidencial.
Algo huele a podrido al sur de Dinamarca.
Es un hedor insoportable, que nos fuerza a taparnos la nariz para ver el
telediario. Una corriente de corrupción que transita por las alcantarillas de la
realidad. Donde Urdangarín sigue siendo el rey.