Pío
Baroja decía que el hombre está un milímetro por encima del mono cuando no un
centímetro por debajo del cerdo. La prueba es Gina, la mona pornoadicta del zoo
de Sevilla, a la que entregaron un mando a distancia para que viese la televisión
en su jaula. La explicación a que su canal preferido sea el pornográfico
probablemente reside en que el mono imita los gustos del hombre dado que, sexo, es el término más buscado
en Internet y que cada segundo hay 28.528 personas viendo pornografía frente a
su ordenador.
Reventando la teoría evolutiva,
Nietzsche sostenía que los monos son demasiado buenos para que el hombre pueda
descender de ellos. Pero hoy la prensa nos sorprende anunciando que los simios comparten
con el hombre el sentido de justicia porque, al parecer, reparten de forma equitativa las
recompensas. Algo que, en realidad, no está imbricado en el código genético
humano porque la equidad, la justicia y la igualdad siguen siendo asignaturas
pendientes. Para comprobarlo basta pasearse por el pretérito y el presente de
la humanidad. Vamos, que dos personas compran a medias un décimo de lotería y,
si éste resulta premiado, el que lo tenía guardado se queda con todo el premio.
Este es, básicamente, el sentido
de justicia del ser humano que ha tratado de compensar inventándose el derecho
que, como lo interpretan y aplican hombres, tampoco es necesariamente justo. Lo
que pasa es que ya estamos resignados a no exigir ni siquiera lo que es legal,
y mucho menos ahora que con el tasazo legalidad y justicia solo pueden ser
reivindicados por quienes más dinero tienen.
Pero cualquier mono, incluso
hasta el último mono de este país, tiene más sentido de la justicia y de la
vergüenza que los banqueros y políticos como Maricospi la tres sueldos o Rato,
por poner dos ejemplos de personas que el sentido que más han desarrollado es
el de la codicia y el interés personal.
La verdadera novedad del experimento
con monos es que alguien a estas alturas defienda que el hombre tiene sentido
de la justicia. Desde luego no quienes nos gobiernan. Es verdad que tampoco
nadie esperaba que si dejas ver la
tele a un mono se pudiera entretener con el rosco de Pasapalabra, pero no está
muy claro que ver Intereconomía en vez de porno pueda contribuir a forjar un
mayor bagaje intelectual en la mona andaluza. El escritor Edgar Wallace sostenía que un intelectual es alguien que ha encontrado algo más interesante que el sexo, eso justifica que actualmente sea una especie prácticamente en extinción.
Hay expertos que cuantifican asuntos verdaderamente
subyugantes, como que los hombres y
mujeres tenemos entre nueve y diez pensamientos sobre sexo al día. Estadísticamente,
Gina tenía dos opciones. Y si no ha elegido el fútbol es porque hasta en el
mundo de los simios también funcionan los estereotipos sexistas.
Definitivamente los monos nos han ganado la partida. Tienen
el sentido de justicia del que carecemos, consumen porno como cualquier ser
humano, y se orientan mejor que la señora que iba a de su pueblo a la capital
belga pero le falló el GPS y acabó en Croacia.