Mariló recupera su editorial en televisión después de
provocar la hilaridad nacional con su teoría de la transmigración del alma en
los trasplantes de hígado. Su compañera Ana Rosa no se queda a la zaga y
compite con la singularidad mental de la Montero cuestionando el éxito del
sistema educativo finlandés porque, en su opinión, es un país donde hace mucho
frío para tomar cañas y tapas en las terrazas.
Supongo que estos dos exponentes de reflexión intelectual en prime-time explican que en España
todavía estemos a la búsqueda de un sistema educativo eficaz, aunque cada vez
que se retoca –van siete cambios en democracia: LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y ahora la LOMCE (Ley Orgánica de
Mejora de la Calidad Educativa)-
misteriosamente va degradándose más.
Ahora, incluso, el señor Wert pretende obligarnos a estudiar
lo que él diga, rehuyendo la vocación, aspiración y deseo personal. Primero -con
la desaparición de la Selectividad, la subida de tasas y la reducción de becas-,
ha logrado que a la universidad ya no vayan los más listos, sino los que pueden
pagarla. Y ahora pretende que solo accedan los designados por el mandamás de
turno, dependiendo de las necesidades laborales de cada momento.
“Hay que estudiar lo que se necesita, no lo que se quiere’, asevera
Wert. Lo malo de esta grotesca teoría es que cinco millones de parados obligarían
a suspender la educación, puesto que la demanda laboral es inexistente.
Tendríamos, por tanto, que forzar una generación de analfabetos que solo
necesitará saber cómo acudir cada tres meses a sellar la cartilla del paro,
para mayor gloria de Wert y sus estridentes ocurrencias.
Hay dictaduras más flexibles que el ministro Wert, quien
pretende ejercer el poder sobre la voluntad de los ciudadanos. Pero ya lo dijo
Confucio, donde hay educación no hay distinción de clases. Y eso Wert&Company no lo pueden tolerar. Apuesto
a que, en este reparto, ya sabemos todos a quiénes les tocará ser los
carpinteros de esta absurda construcción educativa. No creo que sea a los hijos
de los ministros, ni herederos de grandes fortunas y abolengo.
Es, además, un gran error suponer que aquello que se impone
es más permanente que lo que se hace por amor. No existe el talento sin la
voluntad y sin el entusiasmo. Y, a la vez, el objetivo de la educación no es
solo encontrar un trabajo, sino abrir una ventana al mundo, agitar conciencias,
saber para poder dudar –siempre que
enseñes, enseña también a dudar, decía Ortega-, para hacerse preguntas,
para buscar la verdad a través del escepticismo, para no limitarnos a aplaudir
lo que otros piensan.
Confucio disparó una reflexión deliciosa sobre la educación:
La naturaleza hace que los hombres nos parezcamos unos a otros; la educación
hace que seamos diferentes. Y, por lo tanto, más difíciles de someter y
controlar.
Hobbes enunció que un hombre libre es aquel que teniendo
fuerza y talento para hacer una cosa, no encuentra trabas a su voluntad. Es
decir, que no se le cruza en el camino un ministro imponiendo la suya, en base
a un sistema de producción capitalista, para más señas, fracasado, como se
puede constatar actualmente.
Yo, por más que insista Wert, jamás seré un obstáculo para mi
misma. No creo en la necesidad, mi voluntad es el destino; como dijo Milton. Porque
creo que la educación es la única defensa contra el mundo.