El absurdo convencimiento de que enseñar la declaración de
Hacienda demuestra que uno es un ciudadano honrado, es otra de las trampas en
la que nos quieren hacer caer algunos políticos ahora prisioneros de la
corrupción.
De todos es sabido que la sinceridad en la declaración de la
renta es patrimonio de muy pocos, costumbre raramente practicada en esta
turbulenta España, y afeada incluso por quienes practican el deporte nacional
del fraude.
Resulta jocoso que algunos políticos bajo sospecha recurran a
una artillería tan ridícula como intentar demostrar su honestidad con la mera
confesión de su patrimonio –fácil de camuflar- sin soporte documental alguno, o
con la declaración de la renta que, recordemos todos, a Díaz Ferrán le dio a
devolver. Hoy está en la cárcel.
Pero es que lo realmente importante no es lo que tienen
ahora, no es con cuánto llegan a la política… sino con cuanto salen. La
estadística interesante sería comprobar cómo se han abultado los patrimonios y
cuentas corrientes de algunos después de haber ocupado un cargo público. Uno de
esos que, según Rajoy, tal mal pagados están. Aunque Mariano, una especie de
redentor de los pecados socialdemócratas de España enviado por el liberalismo
mesiánico para salvar al país, se sacrifica perdiendo dinero, como nos quiere
hacer creer, y de paso, también cada día un poco más de dignidad permitiendo
ese trasiego de cajas negras a su alrededor.
Pero es que, encima, llevamos una semana esperando a que el
presidente encuentre su declaración de la renta en los cajones de Moncloa, que
no es que el documento pruebe honorabilidad ninguna, pero es otro compromiso
incumplido más, otra escandalosa muestra de los caramelos envenenados que nos
disparan en sus discursos, otra impúdica exhibición de su notoria falta de
credibilidad.
Ayer una mujer entró en el Louvre e hizo una pintada con rotulador
negro sobre el cuadro de Delacroix La
libertad guiando al pueblo. Quizá escenificando el fracaso de esa revolución
que nos ha conducido hacia una democracia podrida y falta de humanidad.
Dicen que la historia siempre se repite, así que los judíos han
inventado un programa informático que predice el futuro analizando la información
publicada por los periódicos. Solo nos queda resignarnos a eso, a teoría del
eterno retorno. El mundo arde en el fuego del capitalismo salvaje, la
corrupción moral y la codicia para volver a crearse y que los mismos actos
ocurran una vez más en él.
Nada nos salvará. Nuestro error es querer que esto vuelva a
ser como antes. Y que nos sigan regalando móviles y concediendo hipotecas.