No podemos dejar que nos hurten
la esperanza, que en lenguaje laico equivale a optimismo. No podemos pensar que
cualquier tiempo pasado fue mejor, pese a que estemos condenando el futuro de
una generación de jóvenes a la emigración laboral.
No podemos caer en el pesimismo aunque
leamos en los periódicos que el director del teléfono de La Esperanza ha sido
imputado por abusos sexuales, que Urdangarín y su suegro no se comportan con la
debida ejemplaridad, o hace tiempo que hayamos constatado que los políticos son
incapaces de sacarnos del agujero porque en realidad a ellos también les
manejan los mercados.
No podemos permitir que nos quiten
hasta el derecho al pataleo, especialmente cuando vamos a dar 10.000 millones
de euros –que nos decían que no había en España- para tapar la escandalosa e
ineficaz gestión, fruto de la avaricia y la especulación, de quienes perciben jubilaciones y primas de oro para las
que, por cierto, siempre hay dinero en caja. Aunque sabemos que nadie nos
rescatará a nosotros cuando no podamos pagar la hipoteca.
No podemos desconfiar de todos
los políticos, por más que todos los días nos den sobrados motivos para ello. Aunque
tememos que Hollande, como antes Obama y después Rajoy sea solo un espejismo de
cambio; y sospechamos que sus buenos propósitos y sus recetas para el cambio se
verán arrolladas por un cambio de rumbo. Sabemos que las promesas electorales
no duran ni una legislatura, como los matrimonios que se juran amor eterno ya no son para toda la vida. Hasta
los tatuajes ya pueden borrar su hasta ahora huella imperecedera. Todo es
reversible. Pero aún así, no podemos permitir que nos ataque el desencanto; hoy
tenemos que confiar en Hollande, porque es la última esperanza de que suavice
la tiranía económica del ultraliberalismo Merkel que nos conduce al abismo.
No podemos dejar que nos roben la
primavera. No podemos resignarnos. Hay que confiar en el futuro. A pesar de esa
equipación española para los juegos olímpicos de Londres, con esa estética
propia de los extras albaneses de las películas de Kusturica. Es cierto, hemos
de reconocer que un país con semejante vestuario no genera confianza ni en el
Mercado de la Esperanza.