Ahora que se ha
descubierto que comer garbanzos genera felicidad, al parecer unos
investigadores españoles han conseguido detener el tiempo. Se trata de una
terapia génica que rejuvenece y, a la vez, nos permitiría vivir más. Además de
hacerlo sin arrugas -como ya ha demostrado la Preysler- y con más salud que los
struldbrugs, los ancianos inmortales aquejados de achaques con los que se
tropezó Gulliver en sus viajes.
El elixir de la
vida, la pócima más buscada a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido
probada con éxito en ratones adultos que, al cumplir el año, vivieron de media
un 24 por ciento más. La terapia consiste en estimular a las células para que
produzcan telomerasa, la enzima que ralentiza el reloj biológico y que se
convertirá en nuevo objeto de codicia.
Los griegos, los
chinos, los árabes, monjes ingleses, filósofos alemanes, todos han aspirado a
la inmortalidad tratando de hallar una piedra filosofal, un salvoconducto sin
fecha de caducidad para burlar y alterar el destino mortal del ser humano. Los
alquimistas fracasaron al intentar transmutar en oro al resto de metales que
consideraban imperfectos, siguiendo el postulado aristotélico de que todas las
cosas tienden a alcanzar la perfección.
Hoy se abren
otros caminos distintos que nos hacen más longevos, aunque no inmortales. Los
científicos dicen que con esta terapia se retrasa, además, la aparición de la
osteoporosis –mal negocio para los fabricantes de lácteos con calcio- y, así,
las caderas del Borbón podrían acometer nuevos embates sin temor a
desagradables consecuencias quirúrgicas.
Si nos damos
prisa en consumirlo, y nos asiste la suerte, a lo mejor podremos ver acabado
Valdecilla y construida La Remonta. El AVE lo dejo para otra generación, que
aún estirando artificialmente la vida, me temo que no llegamos al 3.000. ¿Funcionará
también en Torrelavega donde un día sí y otro no se superan los límites de sulfuro
de carbono? ¿Cotizará en Bolsa la telomerasa? ¿Quiénes tendremos acceso a la
pócima? Desde luego, no parece probable que se recete en los ambulatorios. A lo
mejor nos llevamos hasta una sorpresa y descubrimos que hay quienes no quieren
vivir más, porque este tránsito ya les parece suficiente penitencia.
Permanecer más
en este mundo se hace insostenible, dirán los estadistas. Supondría un caos
para la sanidad pública y quebraría la seguridad social. De hecho, con la
cabeza fría, es la peor noticia que podría recibir un gobierno: Financiar
investigación para que le fabriquen ciudadanos más resistentes, capaces de
cobrar pensión durante cinco décadas. Un cataclismo para el estado del
malestar.
Prefiero
deslizarme a un lado más emocional. Si viviéramos más, nos daría más tiempo a
enamorarnos, viajaríamos más, nos equivocaríamos más. Y todo eso es delicioso,
porque es vivir.
Como dice Caballero Bonald, somos
el tiempo que nos queda.