miércoles, 16 de mayo de 2012

El viaje a ninguna parte de Carlos Fuentes


La memoria es el deseo satisfecho, decía. El viaje a ninguna parte de Carlos Fuentes me devuelve el eco de sus palabras, de una mañana de verano en el Paraninfo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en 1992, aquel año en que la crisis fue también conversación. Ya existía Rubalcaba, que entonces era ministro de Educación, y al entrar acompañando al escritor fue abucheado por un grupo de padres indignados con algún problema de escolarización.

Era 3 de julio, mi cumpleaños. Yo llevaba un vestido verde aderezado con un foulard de colores, sutil, gaseoso, agitado por mi respiración emocionada. Porque el discurso penetró hasta los huesos de un auditorio paralizado por la fuerza y el tacto de sus palabras. No fue difícil escribir la crónica del día siguiente porque ni una sola de sus frases transgredía a un lugar común.

En aquella UIMP de Ernest Lluch, donde recogía el Premio Menéndez Pelayo, disertó acerca de los devastadores efectos de la conquista española de América. Ante aquel auditorio de políticos y mandamases llegados de Madrid y en plena efervescencia de la Expo de Sevilla, Fuentes no se arredró. Desgranó con intensidad la violencia con la que Europa desató su poder en América en un discurso sobrio y cálido a la vez, ausente de reproches pero firme. Turbador.

La emoción me venció. Quedé absolutamente prendida de sus denuncias, de su humanidad, de su extraordinaria capacidad de reflexión. De una voz crítica absolutamente seductora que se expresaba con el aplomo del caballero que siempre fue. La generosidad de sus ideas desparramadas con sosiego y contundencia, su discurso perturbador, sus palabras tranquilas capaces de agitar conciencias.

Siempre defendió que la función del escritor no es aplaudir a los políticos, sino criticar y ofrecer soluciones. Lamentablemente, el engolado Vargas Llosa, que pronto confundió la escritura con la política, consiguió ser merecedor de un Nobel que, inexplicablemente y en un acto de vergonzosa injusticia, no tuvo Carlos Fuentes, cuya humanidad y poderosas y soberbias capacidades intelectuales y narrativas supera con creces. Fuentes nunca necesitó hablar de sí mismo para convertirse en una poderosa referencia intelectual, literaria y humana. Sostenía que un artista no invita solo a mirar, sino a imaginar.

Sin Fuentes, sin Saramago, sin Bobbio nos vamos quedando huérfanos de esas referencias intelectuales con las que crecimos. Se van apagando las plumas de quienes nos enseñaron a pensar. Pero tenemos un pasado que debemos recordar, y un porvenir que podemos desear, como nos ha dejado escrito.
La memoria es el deseo satisfecho, por eso aún recuerdo sus palabras. Veinte años después.