martes, 15 de mayo de 2012

La estadística del absurdo


Un estudio de la Universidad de Harvard dice que los seres humanos hablamos de nosotros mismos, evidentemente, por la satisfacción que nos produce. Somos nuestro propio tema de conversación. Al parecer, cerca del 40 por ciento de nuestra plática gira en torno al ego y, el resto, es fácil imaginar que queda reservado al fútbol y a despotricar de la política, la crisis y la televisión, no se sabe muy bien en qué orden.
La familia Real se reunió ayer en la Zarzuela pero no celebró las bodas de oro de los reyes. Ni falta que les hacía, con lo animado que habrá estado el capítulo de reproches. Esos si que ayer cumplieron la estadística y hablaron de sí mismos.

En las redes sociales el porcentaje de conversaciones que se dedican a hablar de uno mismo asciende hasta el 80 por ciento, lo que demuestra a las claras una actitud exhibicionista desde el punto de vista emocional y personal. No computan a efectos estadísticos los políticos, que siempre prefieren hablar de lo mal que lo hace otro y no de lo suyo.

Lo cierto es que hasta ahora se daba por cierto que éramos más aficionados a hablar de lo ajeno que de lo propio; pero esta constatación científica lo desmitifica: Nuestra vocación al cotilleo es un segundo plato. Está el ejemplo de Santander, una ciudad –como acertadamente definió un cantautor uruguayo- donde todo el mundo se conoce y hace como que no se conociera. Y cuando alguno saluda, lo hace con algún insufrible tópico del tipo: “Hola, ¿qué tal?, ¿cómo va todo? ¿Bien, no?”, lo que corrobora su absoluta indiferencia hacia nosotros. No da opción ni a pronunciarse.

Pero el arte de la estadística es prolijo en minuciosos estudios extravagantes, inverosímiles y, en cualquier caso, rematadamente inútiles. Otra encuesta internacional de cultura científica patrocinada por un banco español asegura que el 54,3 por ciento de los españoles no habla nunca de ciencia en sus conversaciones. Si cruzasen datos con Harvard, sabrían que es porque están muy ocupados hablando de sí mismos.

De todos modos, a lo mejor somos nosotros los que cuando mentimos en las encuestas forjamos sin quererlo estadísticas absurdas y, lo que es más grave, generamos los políticos, los productos y los contenidos televisivos que tanto deploramos.

En todo caso, el colmo de un sociólogo es quedar el último en las encuestas. Como le ha pasado al ministro Wert, soberbio ejemplar de raza neoliberal y cerril defensor a ultranza de las clases más favorecidas. El gurú de Demoscopia no es más que un herrero que se come con cuchara de palo un suspenso en las encuestas, que antes sazonaba, desde su despacho, para no destrozar el corazón de sus clientes.