Hace mucho que no se creaba un
centro de interpretación. Extrañamente, quizá a afectos de la crisis, parecía
haberse frenado ese inútil fervor de exponer el vacío de cualquier instalación
de la nada articulado –decían los afectados discursos 'ilusionantes'- en un inconsistente
itinerario visual y didáctico.
Esta especie invasora ha
proliferado en todos los rincones de Cantabria para justificar edificios
restaurados sin ningún fin; es decir, para evidenciar la carencia de ideas y el
exiguo recorrido cultural de quienes han sembrado Cantabria con estas vacuas
instalaciones, consistentes en una infraestructura elemental y recurrente:
Paneles gráficos dosificados, en la mayoría de sus casos, con la cantidad
exacta de información que puede devorar un ser humano sin que por ello permanezca
en él efecto secundario alguno. Supongo que son un territorio perdido en el tránsito
entre exposición y museo que se sustancia en una mera ambición de llenar un
contenedor. Un formato híbrido que no convence.
Ejemplo de ellos son el afamado
Centro de Interpretación del Litoral de Santander –deslumbra su potente capacidad
didáctica y cultural improvisada para llenar un vacío tras una rehabilitación
que costó 2,4 millones de euros-; el que interpreta los Picos de Europa en Tama
–solo el edificio ya merece un amargo debate-; o aquellos, dos, a falta de uno,
al parecer indispensables para estudiar la complejidad el Ebro (en Fontibre) y
el embalse del Ebro (en Corconte). Los hay del románico, del rupestre, de un
molino en Escalante, de la cuenca del Río Asón, del parque natural del Saja-Besaya,
del Monte Hijedo, de la piedra en seco en Valderredible, de las marismas de
Santoña, e incluso algunos que ya han perecido víctima de su propio éxito, como
el de La Lastra, gestionado por la Fundación Alto Ebro.
Acechan por todos los rincones. Así,
en los último años se inauguraban con desencantada reiteración en todos los
pueblos de Cantabria, en las antiguas escuelas recuperadas, en cada edificio público rehabilitado, incluso allí
donde nada necesita explicación.
El recurso de la banderola y el
panel gráfico es reiterado y frustrante. Despachamos a Menéndez Pelayo en
cuatro paneles a la puerta del Ayuntamiento y guardamos la artillería económica
para subvencionar cuestionables performances sobre el espíritu perdido de los
Baños de Ola o el cumpleaños del Palacio de la Magdalena, que al parecer merece
un desfile real como el del emperador Carlos V en Laredo. Qué explosión de
júbilo en los periódicos porque se va a peatonalizar el 33% de la calle Lealtad.
Qué gozo ciudadano la inauguración de un campo de béisbol en Santander que ha
costado 365.000 euros. Qué exaltación nuestro hermanamiento con Bilbao y con Miami,
todo en la misma semana. Qué capacidad social, la de esta sociedad cultivada en
centros de interpretación, para implicarse en asuntos como la recuperación de
la Horadada o, el otro debate de gran calado que se avecina sobre las vidrieras
del Casino.
Pues bien, mientras nos
entretenemos con los entremeses, ya nos están preparando el postre. Hoy el
espíritu transgresor y decidido de esta ecléctica corriente de acción
contracultural llega a su culmen. El Gobierno de Cantabria va a abrir un centro
de interpretación del tudanco en Lamasón y estudia implantar otro dedicado a la
producción lechera.
Lástima. Nadie nos pregunta a los
ciudadanos si someteríamos a debate la posibilidad de incorporar al patrimonio
cultural cántabro un centro de interpretación de la realidad. Mientras, la música
suena desde los balcones del casco viejo de Santander aunque no hay fieras que amansar.