Un señor ruso dice hoy en los periódicos que la ciberguerra puede acabar con el mundo que conocemos. Al parecer a consecuencia del letal virus Flame -que sospecha que han inventado los judíos-, un gusanito maligno que ya ha empezado a infectar ordenadores de países musulmanes. Como describió Eco, ese tal Kaspersky descubridor del asunto, es un heredero apocalíptico de Adorno, aunque desde su atalaya de integrado director de una empresa informática.
En la misma línea, un grupo de científicos españoles -también apocalípticos- advierten de que el impacto humano sobre la Tierra puede conducir a un punto de no retorno y, por si acaso, han redactado un plan de emergencia minimalista. Menos población y menos consumo de recursos, y así más se prolongará nuestra existencia sobre el planeta. Aunque también recomienda colonizar las tierras que no han sido aún invadidas por el hombre, que serán un desierto y algunos cascotes de hierro polar. La profecía advierte que si el mundo no se pone a dieta, estallará en 2045.
En realidad hace ya cuatro años que los periódicos publicaron que la humanidad necesitará dos planetas para el año 2030, es decir, quince años antes de reventar ya tendremos que expandirnos a Marte; porque según un informe de WWF/Adena la demanda mundial de consumo superará la capacidad de abastecimiento de la Tierra.
Hace escasamente un año Lars von Trier proponía una catastrofista apoteosis cinematográfica para el fin del mundo con la potente literatura estética del planeta Melancolía impactando contra la Tierra. Pero es que según los mayas, el próximo 22 de diciembre se acaba el mundo de odio y materialismo que habitamos, que además será el fin del miedo.
Afortunadamente, frente a todos los pesimismos apocalípticos, la NASA ha quitado hierro al asunto y ha desmentido que ese día vayamos a estallar. Pero a lo largo de la historia nos hemos regodeado en vaticinar la catástrofe mediante cientos de profecías fracasadas. En nuestra memoria queda el ridículo del modisto Paco Rabbane que abandonó la costura en 1999 convencido de que la estación espacial MIR caería sobre su cabeza.
Habría que estudiar por qué la humanidad se recrea en augurar plagas peores que aquellas con las que nos hemos acostumbrado a convivir, y que son el hambre, el dolor y la enfermedad.
Quizá las plagas contemporáneas son más sutiles que la lluvia de langostas. El periodo negro de la prima de riesgo, el incómodo fenómeno político Esperanza Aguirre, el planeta Intereconomía y las portadas de La Razón, la academia de policía de la mujer del jefe de gabinete de Cosidó, el anticristo de Eurovegas, las intervenciones artísticas en la rotonda de Menéndez Pelayo o los fastos de los Baños de Ola. ¿Acaso no vemos que los capítulos de Cuéntame vienen pisándonos los talones? En cuanto nos alcancen nos disolvemos.