miércoles, 6 de junio de 2012

La barrera del disparate


Un hombre se cuela en el Congreso de los Diputados, atraviesa sin preguntas controles y puertas; se sienta en un escaño antes de empezar el pleno del pasado martes. Alguien se da cuenta de que es un intruso. Se levanta sin ofrecer resistencia. “Fue un acto de normalidad ciudadana”, espetó al salir. Con la misma naturalidad que Julita, la secretaria de Urdangarín, preguntó el otro día ante el juez Torres “¿qué hay de malo en tener una cuenta en Suiza?”.

En realidad es la clase de paranormalidad política a la que nos han acostumbrado los mayores que un día si y otro también nos hacen comulgar con ruedas de molino, pretenden hacer del error virtud y se han convertido en expertos de las justificaciones injustificadas.

Me pregunto, por ejemplo, a quién se puede uno quejar si el propio defensor del pueblo catalán ha hecho 50 viajes oficiales en dos años a destinos internacionales como Bermudas, Canadá o Zambia, lógicamente muy acordes geográficamente con su ámbito de actuación. El primer impulso de denunciarlo a la Generalitat se desinfla tras comprobar que al parecer están muy ocupados elaborando una base de datos de prostitutas y clientes.

El ímpetu de recurrir a la justicia es absolutamente inviable, ¿cómo van a censurar que este señor emule a Willy Fog con dinero público cuando el propio Dívar se va de cena y hotel a Marbella a la primera de cambio?
Recurrir al fiscal general del Estado es otra misión inútil, porque éste también rechazó la denuncia contra el jerifalte del poder judicial en un acto ya, por desgracia, de acostumbrada cobardía.

Esperar que el Gobierno de España de un paso al frente y ataje la corrupción es otra utopía, teniendo en cuenta que el ministro Guindos cree que investigar Bankia sería ejercer un “espíritu vengativo” contra sus gestores, sus hermanos políticos.

Ni siquiera podemos pedirle amparo al rey, ¡qué va a hacer su alteza real por nosotros, cuando él mismo se fuga a África en compañía de su escopeta y de algunos otros alicientes!

Más allá de las fronteras, tampoco hay margen para la esperanza cuando la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, va por ahí exigiendo a los griegos que paguen impuestos y ella gana 380.000 euros anuales y no paga tributo alguno por su cargo diplomático.

Si cometemos la ingenuidad de mirar más allá, podemos tropezarnos con un Premio Nobel de la Paz, mister Obama, que una vez al año decide a quién hay que matar. Primero fue Ben Laden y ayer mismo el número dos de Al Qaeda, ataque que causó otros quince muertos más que a nadie le importan ni le escandalizan, ni siquiera a la academia sueca que le impuso la medalla de la precipitación.

Los más desasosegante es que hemos llegado a percibir como actos de normalidad las corruptelas de quienes nos gobiernan y representan. Como los préstamos de verano de Liberbank que –no es ninguna broma- ofrece créditos instantáneos de entre 3.000 y 15.000 euros a devolver en seis años para que las familias afronten el incremento de gastos que supone el verano.

Alguien dijo que en todos los hombres está presente la corrupción, que solo es cuestión de cantidades. Y hemos superado la barrera del disparate.