martes, 19 de junio de 2012

Fluye el descrédito


Aunque dicen que lo que distingue al hombre de los animales son las preocupaciones financieras, cien foniatras han pasado el fin de semana en Cabárceno estudiando el rugido del tigre, que puede escucharse a ocho kilómetros de distancia sin recurrir a la vuvuzela, para aprender cómo potenciar la voz de los cantantes de ópera.
La técnica, de resultar eficaz, podría aplicarse a quienes nos gobiernan que encontrarían asi el altavoz necesario para difundir sus argumentos sin necesidad de desperdiciar el papel de los periódicos que, a su vez, liberado de esa tiranía, podría emplearse en dar voz a los ciudadanos y a sus preocupaciones y problemas reales, y no a esa suerte de comunicados oficiales que nos vemos obligados a digerir.
Me pregunto cuándo será el día en que los periodistas volvamos a decidir qué es noticia, sin esperar a que las máquinas de fabricarlas se activen todas las mañanas en los despachos oficiales. Entonces, tal vez más ojos se posen sobre la lectura de la actualidad, cuando se hable de realidad y no de esa ficción bautizada de polémicas inútiles, debates sutiles, argumentos de laboratorio de ideas, frases descafeinadas e intereses. Especialmente, intereses.
Extrapolando el diálogo de sordos entre ciudadanos y poder a la minúscula partícula de lo local, dicen hoy los periódicos que ayer, en una reunión, el alcalde habló en ese peculiar argot de hojas de ruta, de algunos hitos ‘ilusionantes’, del frente marítimo, del Plan General de Ordenación Urbana y de las inversiones por valor de 65 millones de euros. Los vecinos respondieron preguntando por el ruido que hacen las gaviotas, el campo de fútbol de Cueto y el mal funcionamiento de la recogida neumática de la calle Castilla, que al parecer, es lo que les preocupa, no los discursos de quienes les gobiernan.
Han conseguido minarnos trasladándonos su preocupación, arrastrándonos al abismo de la Bolsa, las primas, los riesgos, los mercados y toda esa parafernalia diseñada para fabricar dinero artificial que les ha hecho ricos y de la que, ahora, formamos parte.
Intentan que hablemos su lenguaje, que nos comportemos como si todos hubiésemos jugado en la ruleta de la especulación y hubiésemos abusado del dinero público, que nos sintamos víctimas de un sistema que nunca amparamos y del que nunca nos beneficiamos.
Y ahí estamos, suministrando con ardor el ibuprofeno para que le baje la fiebre a la prima de riesgo, asumiendo recortes, pagando más por las medicinas, por la gasolina, la luz, los impuestos. Nunca estuvimos flotando en la abundancia dentro de su burbuja, y si alguna vez nos cobijamos de una llovizna bajo su paraguas, eso no nos convierte en cómplices de la tormenta financiera que desató su ambición, ni de las plagas que ahora nos envían los mercados que utilizaron para fortalecer su patrimonio.
Nos niegan lo que somos, ciudadanos mucho más decentes que ellos. Y nos quieren conducir otra vez por las mismas carreteras secundarias, ahora a menos velocidad. Un anuncio en la prensa declama triunfante que podemos tener un Lexus por 175 euros al mes, como en los viejos tiempos, con una letra pequeña que hipoteca hasta el aire que respiramos. Otra publicidad ofrece préstamos instantáneos de hasta seiscientos euros solo con el DNI, sin vender ni empeñar nada. ‘Los que se anticipan llegan más lejos’, nos seduce un anuncio de una agencia de viajes. Hasta rebajas del 50 por ciento para casos de impotencia sexual y eyaculación precoz. Parece que, nuevamente, ha empezado a fluir el descrédito.