Aunque dicen que lo que distingue
al hombre de los animales son las preocupaciones financieras, cien foniatras han
pasado el fin de semana en Cabárceno estudiando el rugido del tigre, que puede
escucharse a ocho kilómetros de distancia sin recurrir a la vuvuzela, para aprender
cómo potenciar la voz de los cantantes de ópera.
La técnica, de resultar eficaz,
podría aplicarse a quienes nos gobiernan que encontrarían asi el altavoz
necesario para difundir sus argumentos sin necesidad de desperdiciar el papel
de los periódicos que, a su vez, liberado de esa tiranía, podría emplearse en
dar voz a los ciudadanos y a sus preocupaciones y problemas reales, y no a esa
suerte de comunicados oficiales que nos vemos obligados a digerir.
Me pregunto cuándo será el día en
que los periodistas volvamos a decidir qué es noticia, sin esperar a que las máquinas
de fabricarlas se activen todas las mañanas en los despachos oficiales. Entonces,
tal vez más ojos se posen sobre la lectura de la actualidad, cuando se hable de
realidad y no de esa ficción bautizada de polémicas inútiles, debates sutiles,
argumentos de laboratorio de ideas, frases descafeinadas e intereses.
Especialmente, intereses.
Extrapolando el diálogo de sordos
entre ciudadanos y poder a la minúscula partícula de lo local, dicen hoy los
periódicos que ayer, en una reunión, el alcalde habló en ese peculiar argot de hojas
de ruta, de algunos hitos ‘ilusionantes’, del frente marítimo, del Plan General
de Ordenación Urbana y de las inversiones por valor de 65 millones de euros. Los
vecinos respondieron preguntando por el ruido que hacen las gaviotas, el campo
de fútbol de Cueto y el mal funcionamiento de la recogida neumática de la calle
Castilla, que al parecer, es lo que les preocupa, no los discursos de quienes
les gobiernan.
Han conseguido minarnos trasladándonos
su preocupación, arrastrándonos al abismo de la Bolsa, las primas, los riesgos,
los mercados y toda esa parafernalia diseñada para fabricar dinero artificial
que les ha hecho ricos y de la que, ahora, formamos parte.
Intentan que hablemos su
lenguaje, que nos comportemos como si todos hubiésemos jugado en la ruleta de
la especulación y hubiésemos abusado del dinero público, que nos sintamos víctimas
de un sistema que nunca amparamos y del que nunca nos beneficiamos.
Y ahí estamos, suministrando con
ardor el ibuprofeno para que le baje la fiebre a la prima de riesgo, asumiendo recortes,
pagando más por las medicinas, por la gasolina, la luz, los impuestos. Nunca estuvimos
flotando en la abundancia dentro de su burbuja, y si alguna vez nos cobijamos
de una llovizna bajo su paraguas, eso no nos convierte en cómplices de la
tormenta financiera que desató su ambición, ni de las plagas que ahora nos envían
los mercados que utilizaron para fortalecer su patrimonio.
Nos niegan lo que somos,
ciudadanos mucho más decentes que ellos. Y nos quieren conducir otra vez por
las mismas carreteras secundarias, ahora a menos velocidad. Un anuncio en la
prensa declama triunfante que podemos tener un Lexus por 175 euros al mes, como
en los viejos tiempos, con una letra pequeña que hipoteca hasta el aire que
respiramos. Otra publicidad ofrece préstamos instantáneos de hasta seiscientos
euros solo con el DNI, sin vender ni empeñar nada. ‘Los que se anticipan llegan
más lejos’, nos seduce un anuncio de una agencia de viajes. Hasta rebajas del
50 por ciento para casos de impotencia sexual y eyaculación precoz. Parece que,
nuevamente, ha empezado a fluir el descrédito.