miércoles, 20 de junio de 2012

Los platos rotos del fracaso


La verdad es que montar un banco, y hasta gestionarle mal, es un negocio seguro. Si la entidad, podrida hasta el tuétano, está a punto de derrumbarse y propagar su fétido balance, ni sus dueños ni sus empleados tienen que salir a la calle a reclamar que les salven, golpeando las sartenes que antaño nos regalaban a los ingenuos que firmábamos créditos sin solvencia alguna.

Al sector financiero le llueven los millones casi sin abrir la boca y hasta Europa exige que se les salve, algo que no sucede con el resto de las empresas. Ya pueden caer compañías, cadenas de establecimientos comerciales, aerolíneas o importantes constructoras. Ni sus accionistas ni sus trabajadores serán tratados con el mimo exquisito con el que se trata a los bancos. Así, la reducción de las ayudas a la poca actividad minera que queda en este país, supone una enorme sangría para muchas familias que viven de ella y que no pueden reciclarse en medio del torbellino de la crisis. Solo piden 200 millones de euros, que con las magnitudes que nos chupan los bancos no es más que el aperitivo de Bankia. Pero proceda o no el rescate a los mineros, el Gobierno ha decidido ignorarles. No son nadie, no son accionistas de entidades financieras, no son gestores políticos al frente de cajas, y en Europa tampoco a nadie le importa el estado de miseria que puede generar el fracaso de las explotaciones mineras.

Los mineros y sus familias, como el resto de ciudadanos que tampoco serán rescatados, no solo perderán su trabajo sino que encima pagarán los platos rotos del fracaso del negocio bancario.
Ayer las mujeres de mineros acudieron al Senado a protestar coincidiendo con el debate para recortar un 63% las ayudas al carbón. A algunas de ellas las obligaron a quitarse las camisetas negras de protesta a la entrada, arrebujadas en un rincón. Otras accedieron a la tribuna de invitados, pero fueron expulsadas cuando empezaron a protestar, porque ya se sabe que en estas tribunas las algaradas solo son democráticas cuando las protagonizan los legítimos representantes del pueblo. Como ese senador popular de León, Juan Morano, quien, elegido para defender los intereses de los leoneses, ayer votó en contra de ellos siguiendo esa cautiva e inútil disciplina de partido, cuando horas antes había anunciado que apoyaría la reivindicación minera. Lo peor fue la justificación, que debería haberle costado un abucheo mayúsculo: “Ha sido un lapsus, no me he enterado. Mañana votaré a favor”.

Y entonces, una vez más quedó en evidencia que los senadores, como los congresistas, no representan los intereses de los ciudadanos, sino los de sus partidos que, por desgracia, no son coincidentes.

Adidas debería rectificar y no dar marcha atrás en su idea de sacar al mercado esas polémicas zapatillas esclavas, con grilletes, para que señores como éste puedan pasearse con ellas por el Senado, haciendo su propia penitencia o exhibiendo su propia prisión, esa falta de libertad de pensamiento y de obra que le reivindica como monigote de un baldío sainete político.