Hoy, al fin, una estadística
reconoce lo que todos sabemos, que el 76% de los estudiantes salen de la ESO
sin saber inglés, después de haber aprobado esa asignatura durante diez años
consecutivos. Es curioso que para cerciorarnos necesitemos recurrir a un
estudio, cuando hasta ahora hemos convivido con este fenómeno de ignorancia con
absoluta naturalidad.
La pregunta es, si una vez
detectado ya oficialmente, alguien va a hacer algo por corregirlo, en paralelo
a lo que ocurre con el escandaloso caso Dívar cuya dimisión no puede darnos por
satisfechos. La renuncia del ya expresidente del Consejo General del Poder
Judicial no cierra el círculo sino que abre la puerta a la solución de un problema
que hay que atajar de raíz. Lo importante ahora es exigir que este órgano
acuerde las iniciativas necesarias para que lo que ha hecho Dívar sea de ahora
en adelante ilegal, y no solo amoral.
Como en el inglés, nos resignamos
al fracaso con demasiada facilidad, y nos conformamos con un chivo expiatorio
como si esta fuese la solución al problema, sin darnos cuenta de que el
siguiente tiene la oportunidad e incluso el derecho a comportarse de la misma
forma, a gastar dinero público sin necesidad de justificarlo.
Es más, una vez que ha caído el
telón sobre el sainete Dívar, ya le ha salido un imitador, otro fanático compulsivo
de pagarse caprichos viajeros con fondos públicos, el defensor del pueblo
catalán se ha puesto gallito y anda voceando por ahí que le parece normal haber
gastado miles de euros en una decena de exóticos viajes internacionales. Lo peor de ambos elementos es
que lejos de avergonzarse se declaran víctimas, cuando deberían aplicarse las
palabras de Asimov: Nunca dejen que su sentido de la moral les impida hacer lo
correcto. Especialmente cuando la laxitud de lo moral, como normalmente ocurre, tiene una causa material.
Los españoles deberíamos hacer
como la Universidad del País Vasco, que creará la figura del susurrante para
traducir al oído a los que no entiendan la lengua vasca. Nosotros también deberíamos
disponer de un ejército de susurradores que actúen como la conciencia
artificial de nuestros cargos públicos y les vayan soplando lo que pueden y no pueden hacer, para enderezar
su espíritu y preservar nuestros bolsillos de sus desmanes.
Mientras tanto, nos siguen
tomando el pelo. Metidos en gastos, las auditoras que han calculado que el
rescate bancario debe alcanzar los 65.000 millones de euros, cobrarán otros dos
millones de euros más por llegar a esta conclusión basada, para más escarnio,
en los datos de los informes que ellos mismos han realizado para el Banco de
España.
La
adversidad es una prueba de principios. Sin ella, no sabemos si somos honestos
o no, y los ejemplos que nos muestra la actualidad no invitan al optimismo. Aunque, probablemente, tampoco fuimos mejores.