Caja Cantabria ya es basura. Lo
certificó ayer esa fábrica de descalificaciones que nos somete a la tiranía de
un escrutinio permanente que se apellida Moddy’s, el oráculo, una máquina de
forjar malas reputaciones que poco importan a una entidad enfangada ya en un
sainete, con un presidente cesado atrincherado en el despacho –como Ángel el de
Paquita en La Pereda, pero con un motivo notablemente más innoble- y un cuadro
de intoxicación por preferentes, que ahora el comisario Almunia, en un ataque
de falta de lucidez, plantea que resuelva el estado, cuando quien disfruta de
los fondos vitalicios de una manada de ilusos son los propios bancos.
En medio de este panorama, Caja
Cantabria no desiste de vender porquerías financieras y se ha inventado otro
fondo de inversiones Liberbank Campeones Garantizado de renta variable con una
cesta de acciones de compañías que patrocinan los juegos olímpicos. Un salpicón
bursátil más para atravesar tiempos turbulentos.
Caminamos por el descrédito a
oscuras, porque la luz sube como la maldita prima de riesgo –ahora un cuatro
por ciento más- porque todo es un fracaso, todos pierden dinero y no se sabe
dónde está todo aquello que, al parecer, ganamos cuando éramos mejores. La
ministra Mato dejará de financiar 456 medicamentos, entre ellos los laxantes,
inútiles desde que todas las mañanas el paroxismo económico nos provoca el
mismo efecto que una feroz concentración de bífidus.
Nos recomiendan volver a los
remedios caseros y de paso nos empluman un impuesto ecológico sobre los
carburantes, gravados ya con el céntimo sanitario, al que llaman céntimo verde
y que, por supuesto, no es un céntimo sino mucho más. En realidad, es el Estado
quien necesita combustible porque ha agotado en cinco meses su margen de
déficit para todo el año.
Nos quitan hasta el tiempo. El
ingenuo Gallardón, en la nueva ley de Enjuiciamiento criminal, quiere limitar a un mes el secreto
de sumario para evitar filtraciones, como si esta cláusula temporal fuese capaz
de impedir la permeabilidad de las exclusivas judiciales.
Hasta el olvidado padre Apeles ha
caído en el pozo de la desesperación y se ha atiborrado de pastillas, tras confesar
hace unos meses que empinaba el codo más de la cuenta. No es de extrañar, el
culebrón del Vaticano deja en ridículo los retorcidos guiones del ‘Sálvame’.