Un hombre checo vive sin corazón,
como una tangible y brutal alegoría del existencialismo que rezuma la insoportable
levedad del ser de su compatriota Kundera. Podemos existir y ser sin corazón,
sin ese motor de la vida que metafóricamente custodia los sentimientos. Este
hombre ha sido desprovisto de él, respira sin pulso y siente sin corazón,
adherido a un par de válvulas conectadas a dos baterías que funcionan con pilas.
Un corazón artificial que no le ha desprovisto de sus emociones porque el auténtico
motor sentimental es el cerebro, especialmente el de los médicos que han
diseñado este ingenio mecánico transitorio, a la espera de poder ejecutar un
transplante.
No somos quienes para cuestionar
el existencialismo que abanderó Kierkegaard y que Unamuno destiló en su
narrativa, pero llevado a su extremo nadie queremos dejar de vivir por más inútil
que nos parezca la existencia, por más dudas y más preguntas que nos hagamos.
El propio Kundera se cuestiona si
la casualidad condiciona la existencia, como si una concatenación de pequeñas
cosas diese como resultado un fin ajeno, e incluso extravagante. Todo podría
ser casualidad y, precisamente, esto convierte en absurda la existencia, la
dieciocho edición de los Baños de Ola, las competiciones de canicross y hasta
los planes para el fomento del empleo.
El azar quiere decir que no hay causa
que lo determine, y en esta incertidumbre es precisamente en lo que podemos
creer, necesitamos abrazar la duda. Por eso mañana ya se ponen a la venta los primeros
billetes de la lotería de Navidad, porque confiamos en que la casualidad cambie
nuestras vidas, que al parecer –y revisando las proposiciones existenciales- no
están determinadas por nuestra propia naturaleza humana en general, sino por la
de una influyente tropa de avariciosos.
En tiempos tan ásperamente prosaicos,
donde la única filosofía es el dinero, algunos aún creen en un falso jeque, que
ni existe ni es, pero que simula una falsa realidad tangible para estafar,
entre otros, a los propietarios del Getafe. Otros viajan a Málaga para abanderar
la corrupción aplaudiendo a la puerta de los juzgados a la imputada Pantoja,
que sigue la tradición de La Faraona en el banquillo, exhibiendo sin complejos
la inutilidad de su existir sostenida por la hipocalórica gastronomía del corazón
de la prensa rosa.
Ahora que nos anuncian que podemos
vacunarnos contra la nicotina, y a falta de un antídoto contra el olvido, la
buena noticia es que con un poco de suerte dejarán de recetarnos pastillas para
no soñar. Y podremos empezar a imaginar una esperanza, a fantasear una
arquitectura existencial más allá del dogma de los mercados financieros.