jueves, 28 de junio de 2012

Un hombre sin corazón


Un hombre checo vive sin corazón, como una tangible y brutal alegoría del existencialismo que rezuma la insoportable levedad del ser de su compatriota Kundera. Podemos existir y ser sin corazón, sin ese motor de la vida que metafóricamente custodia los sentimientos. Este hombre ha sido desprovisto de él, respira sin pulso y siente sin corazón, adherido a un par de válvulas conectadas a dos baterías que funcionan con pilas. Un corazón artificial que no le ha desprovisto de sus emociones porque el auténtico motor sentimental es el cerebro, especialmente el de los médicos que han diseñado este ingenio mecánico transitorio, a la espera de poder ejecutar un transplante.

No somos quienes para cuestionar el existencialismo que abanderó Kierkegaard y que Unamuno destiló en su narrativa, pero llevado a su extremo nadie queremos dejar de vivir por más inútil que nos parezca la existencia, por más dudas y más preguntas que nos hagamos.
El propio Kundera se cuestiona si la casualidad condiciona la existencia, como si una concatenación de pequeñas cosas diese como resultado un fin ajeno, e incluso extravagante. Todo podría ser casualidad y, precisamente, esto convierte en absurda la existencia, la dieciocho edición de los Baños de Ola, las competiciones de canicross y hasta los planes para el fomento del empleo.

El azar quiere decir que no hay causa que lo determine, y en esta incertidumbre es precisamente en lo que podemos creer, necesitamos abrazar la duda. Por eso mañana ya se ponen a la venta los primeros billetes de la lotería de Navidad, porque confiamos en que la casualidad cambie nuestras vidas, que al parecer –y revisando las proposiciones existenciales- no están determinadas por nuestra propia naturaleza humana en general, sino por la de una influyente tropa de avariciosos.

En tiempos tan ásperamente prosaicos, donde la única filosofía es el dinero, algunos aún creen en un falso jeque, que ni existe ni es, pero que simula una falsa realidad tangible para estafar, entre otros, a los propietarios del Getafe. Otros viajan a Málaga para abanderar la corrupción aplaudiendo a la puerta de los juzgados a la imputada Pantoja, que sigue la tradición de La Faraona en el banquillo, exhibiendo sin complejos la inutilidad de su existir sostenida por la hipocalórica gastronomía del corazón de la prensa rosa.

Ahora que nos anuncian que podemos vacunarnos contra la nicotina, y a falta de un antídoto contra el olvido, la buena noticia es que con un poco de suerte dejarán de recetarnos pastillas para no soñar. Y podremos empezar a imaginar una esperanza, a fantasear una arquitectura existencial más allá del dogma de los mercados financieros.