Dicen que estamos al borde del
bono basura. Por eso, ayer, algunos de los cuatro mil afectados cántabros por
las llamadas preferentes -a quienes les tienen secuestrado su dinero en un
complejo timo financiero en algunos casos vitalicio- fumigaron veinte oficinas de
La Caixa con un preparado líquido de pescado de podrido rescatado del cubo de
los despojos en el que dicen que habitamos.
El fétido sabotaje es probablemente
una metáfora pestilente de la vieja Europa construida sobre los pies de barro
de la especulación financiera que crea fondos buitre para cazar activos tóxicos
o vende hipotecas morosas, casquería mercantil más abrasiva que las armas biológicas
de Sadam Hussein.
No hace falta que ninguna agencia
de calificación venga a ponernos el sello de la basura, en un mapa donde antes
prosperaron los de calidad. Hace años que los ciudadanos menos favorecidos
bucean en los contenedores de las calles para rescatar yogures caducados y
fruta podrida. Aunque, antes y ahora, algunos se crean demasiado mejores que
Grecia y Uganda, ignorando que somos una potencia en comedores sociales, por
cierto, desbordados.
Anoche dijeron en un programa de
televisión que el valor de las cosas aumenta cuando estamos tristes y que, por
lo tanto, las emociones influyen en los precios. Es una consideración tan
extravagante como la propia dinámica económica mundial, como el hecho de que
Zara, inmune a la crisis, ha aumentado un 30% sus beneficios; como que Rato ha
renunciado bajo presión a cobrar 1,2 millones de euros de Bankia; o como que el
portavoz de justicia del PP en el Senado ayer pidiera respeto para las
instituciones, cuando no se respetan ni a sí mismas.
Pero si la receta funciona y la
felicidad destruye la inflación y fagocita el déficit, hoy estamos de suerte. Porque
cuatro décadas más tarde, el espíritu Love Story sigue vivo. Y si anoche los
protagonistas –Ryan O’neal y Ali McGraw- evocaban aquella corriente de pasión
con un beso ante miles de espectadores, hoy, los secundarios de la película, Ángel
y su enferma enamorada Paquita, reivindican una historia de amor que conmueve a
todo el país, excepto al corazón de los obtusos responsables de su traslado, enfrascados
en otras prioridades, como financiar parques temáticos.
Afortunadamente, como dice
Benedetti, no hay vacunas contra el optimismo. Aún hay personas que cultivan
sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de la realidad.