jueves, 14 de junio de 2012

Sin vacunas contra el optimismo


Dicen que estamos al borde del bono basura. Por eso, ayer, algunos de los cuatro mil afectados cántabros por las llamadas preferentes -a quienes les tienen secuestrado su dinero en un complejo timo financiero en algunos casos vitalicio- fumigaron veinte oficinas de La Caixa con un preparado líquido de pescado de podrido rescatado del cubo de los despojos en el que dicen que habitamos.

El fétido sabotaje es probablemente una metáfora pestilente de la vieja Europa construida sobre los pies de barro de la especulación financiera que crea fondos buitre para cazar activos tóxicos o vende hipotecas morosas, casquería mercantil más abrasiva que las armas biológicas de Sadam Hussein.

No hace falta que ninguna agencia de calificación venga a ponernos el sello de la basura, en un mapa donde antes prosperaron los de calidad. Hace años que los ciudadanos menos favorecidos bucean en los contenedores de las calles para rescatar yogures caducados y fruta podrida. Aunque, antes y ahora, algunos se crean demasiado mejores que Grecia y Uganda, ignorando que somos una potencia en comedores sociales, por cierto, desbordados.

Anoche dijeron en un programa de televisión que el valor de las cosas aumenta cuando estamos tristes y que, por lo tanto, las emociones influyen en los precios. Es una consideración tan extravagante como la propia dinámica económica mundial, como el hecho de que Zara, inmune a la crisis, ha aumentado un 30% sus beneficios; como que Rato ha renunciado bajo presión a cobrar 1,2 millones de euros de Bankia; o como que el portavoz de justicia del PP en el Senado ayer pidiera respeto para las instituciones, cuando no se respetan ni a sí mismas.

Pero si la receta funciona y la felicidad destruye la inflación y fagocita el déficit, hoy estamos de suerte. Porque cuatro décadas más tarde, el espíritu Love Story sigue vivo. Y si anoche los protagonistas –Ryan O’neal y Ali McGraw- evocaban aquella corriente de pasión con un beso ante miles de espectadores, hoy, los secundarios de la película, Ángel y su enferma enamorada Paquita, reivindican una historia de amor que conmueve a todo el país, excepto al corazón de los obtusos responsables de su traslado, enfrascados en otras prioridades, como financiar parques temáticos.

Afortunadamente, como dice Benedetti, no hay vacunas contra el optimismo. Aún hay personas que cultivan sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de la realidad.