lunes, 16 de julio de 2012

Desdichadamente conscientes


El otro día encendí la televisión pública y en la pantalla prendió la imagen de ‘Ana y los siete’, la almibarada ‘pornoniñera’ que encarnó la Obregón recientemente interrogada por Julia Otero, en ese programa de entrevistas que se ha empeñado en emular al plató de Salsa Rosa, y por el que han desfilado Cayetano el hijo de Paquirri y Carmina, Pedro Ruiz el inclasificable, Alejandro Sanz el millonario español que vive en Miami, y el petulante Vargas Llosa, encajado a la fuerza en esta nómina para aportar un poso de intelectualidad donde, a la vista de los invitados, importa más la audiencia que la calidad.

La recuperación de la ñoña ficción de la Obregón, cuyos guiones emulan la tortura televisiva del Hostal Royal Manzanares de Lina Morgan, me impulsó a cambiar de canal. Y apareció Curro Jiménez. Esa misma tarde había visto ya un episodio de El hombre y la tierra. Me pregunté en qué año estaba, si la señal de televisión había viajado en el tiempo y en vez de asomarse al siglo XIX un ente extraño y verde había forzado una estúpida regresión a un pretérito que alguien juzga más feliz.

Hay que tener la precaución de vivir el presente, que se escapa, de no dejarse conducir por la nostalgia y también de no dejarse seducir por el futuro, como Novagalicia, que vendió a un señor de Pontevedra un contrato de participaciones preferentes que vencerá cuando cumpla 8.046 años, en el 9999.

Esos viajes en el tiempo parecen una suerte de huida de un presente que no asimilamos y en el que nos cuesta existir. García Márquez ha perdido la memoria, está enfermo de olvido, y el futuro que le queda lo vivirá en un presente inconsciente y en un pasado vacío. En un tránsito etéreo. El pobre Gabo vivirá, pero ya no podrá contarlo.

Aquí quedamos los demás, huérfanos de sus palabras, y desdichadamente conscientes de lo que dicen los periódicos.