Ayer una señora de Torrelavega ha
conseguido que Eon conectase la luz de su negocio después de amenazar con
encerrarse en una oficina de la compañía. Llevaba diecisiete días sin luz, pese
a que el 25 de junio ya había abonado todas las facturas pendientes. En cuanto
la ciudadana montó en cólera un operario le dio al interruptor. Y, así, en unos
minutos, se solucionó por la vía de la presión lo que no se resuelve por el
camino del sentido común.
Llegará un día en que todos tendremos
emular a la señora para conseguir que Eon nos devuelva el dinero que sus
facturas erróneas nos estafan un mes sí y otro también, o para simplemente
lograr que alguien lea nuestro contador y no estime tanto, y nos cobren lo que
consumimos y no lo que especulan su calculadoras. El poder de las compañías eléctricas
no lo tiene en este país más que las de telefonía y los bancos: Un trío que nos
cobra cada vez más por abusar, estafar y chantajearnos con absoluta impunidad, mientras
los políticos se hacen fotos con sus directivos y -para colmo del esperpento-
les financian hasta oficinas del cambio climático, como si la corriente que nos
enchufan tuviese algo de energía limpia, en el sentido más amplio del término.
Nos someten a un trato despótico
y arbitrario, que algunos necios bendicen como liberalismo puro y que se
asemeja más a una autocracia mercantil sin parangón en una sociedad
supuestamente civilizada. Nos ofrecen contratos falsos que además incumplen,
nos obligan a pagar abultadas facturas de gastos eléctricos que no hemos
consumido antes de revisar si es un error, nos cobran y devuelven en un vaivén
de recibos de lecturas estimadas y desestimadas y, ante la mínima duda o
protesta nos cortan el suministro, que se note quien está en posición de
exigir.
No es de extrañar que esta señora
de Torrelavega haya amenazado con protagonizar un encierro. Lo raro es que no
le hayamos secundado los demás. La noticia, por supuesto, no juega hoy la
primera división informativa reservada para el rancio y provinciano escaparate
de los baños de ola, una celebración vacía de contenido que exalta la historia
de Santander ligada a la monarquía, que solo se bañó diecisiete años en la
arena de este Cantábrico, soslayando el pretérito ‘sardinero’ del barrio que
hoy pretende adornarse con plumas reales para camuflar el olor a pescado que le
dio su verdadera identidad.
Esta reiterada y ya cansina
exaltación del veraneo real se celebra con disparates tales como un recuerdo
para el Titanic, a falta de descubrir nexo histórico alguno entre el baño de
ola a la santanderina y el maldito iceberg de las aguas del Atlántico norte. El
rigor histórico es lo de menos. También hay exhibiciones de cómo se fabrican
las anchoas, actividad, como se sabe profundamente enraizada en el Sardinero, o
espectáculos de can-can, swing y foxtrot que no se bailaron nunca en las
verbenas santanderinas. Tampoco nunca nadie se tropezó en Santander con
vendedores de prensa suplicando a los viandantes: “Cómpreme el periódico que
necesito conseguir unos peniques para poder cambiarme de ropa”, moneda británica
que los de Santander solo hemos compartido de pequeños en los libros de Enid
Blyton.
Pero el periodo histórico
comprendido entre 1913 y 1930 da para hacer mucho el ridículo. Hasta el punto
de que un año se pagó al programa 'Sálvame' para que Jorge Javier y su ejército
de singulares personajes se vistieran de época de ola santanderina,
consiguiendo así cotas históricas de descrédito, para una ciudad que se enorgullece
y considera un hito que al Palacio de la Magdalena se le conozca como escenario
de la serie Gran Hotel antes que como sede de la
Universidad Internacional Menéndez Pelayo, mucho más valorada fuera que en el
corazón de los despachos políticos de la ciudad.
Aquí se aplaude todo. Los
recortes en el Parlamento, que Berlusconi amenace con presentarse a las
elecciones en 2013, el foxtrot del Titanic sobre la arena del Sardinero o la singular
muestra expositiva de paneles sobre la peatonalización de la calle Lealtad. No extraña
que en Nueva York los chefs estén poniendo de moda la casquería española.