Si quieres hacer las paces con tu
enemigo tienes que trabajar con tu enemigo, entonces él se vuelve tu compañero.
Los ha escrito Nelson Mandela, que hoy cumple 94 años, y es una de esas
naturalezas dotadas de una extraordinaria fortaleza, a quien da la sensación de
que la vida le está permitiendo jugar una prórroga en compensación por aquellos
27 años de cárcel que, en lugar de envenenarle, forjaron un carácter raramente
bondadoso entre una humanidad acostumbrada a competir, conquistar y vengar.
Como él dice, nadie nace odiando
a otra persona; pero crecemos en esa diferencia estableciendo dicotomías
simples entre las que elegimos amar una cosa y odiar la contraria. Todo empieza
con papá o mamá, sigue con Real Madrid o Barcelona y acaba con izquierda o
derecha. Siempre en medio de una bifurcación, eligiendo entre simplezas que
lógicamente nos conducen a fraguar una identidad simple.
Madiba tuvo la bondad de pensar
por todos y no hacer valer nunca su derecho a la justicia, como la víctima que
fue. Y en lugar de ajustar cuentas estrechó manos y, a partir de ahí, ganó. Lástima
que el ejemplo de Mandela sea el que menos se emula. Todo el mundo le respeta
pero nadie le imita, y nadie rellena las fracturas que van hundiéndose cada vez
más en el interior de todos nosotros.
En el otro extremo del mundo
rojo, el heredero dinástico Kim Jong-Un, se corona emperador del ejército
mientras da muestras de una tímida apertura. Muchas revoluciones empiezan por
la minifalda, que es un estúpido síntoma de libertad. Y en Corea ya se lucen
tacones más altos y faldas más cortas.
En España nos separan brechas
distintas. Una de las grandes injusticias de este país es que en él han germinado
dos estirpes de trabajadores con derechos y obligaciones diferentes: Los
empleados del sector público y los del privado. Y, ahora, el Gobierno pretende
unificarlos en una misma simiente, igualando por abajo, es decir, despojando de
los derechos conquistados a los hasta ahora privilegiados laboralmente hablando
trabajadores públicos, para equipararlos a esos otros empleados del sector
privado ahora completamente desprotegidos por culpa de las sucesivas reformas
laborales.
En solo seis meses se han
marchado del país más de 40.000 españoles buscando un empleo y un futuro que
aquí es muy caro de conseguir.
Las expectativas no son
precisamente bonitas. Dicen que nadie es tan feo como su foto del DNI. Siempre
hay excepciones, porque también se sabe que la cara es el espejo del alma. Pero
la equipación de la selección española rompe todas las barreras de fealdad, sin
paliativos ni eufemismos. Bastante complicada es la relación con la prima de
riesgo, encrespada por los marianazos económicos que nos sacuden, como para
perjudicarnos aún más con esa patética imagen olímpica de todo a cien. Rajoy admite
que sus medidas hacen daño a mucha gente, como el chandal olímpico hace daño a
la vista.
Volvemos a las palabras de
Mandela. Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor
posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada. España en este
momento no superaría esta sentencia.