Dice hoy la prensa que el Gobierno suprimirá en agosto la
ayuda de cuatrocientos euros a los parados sin prestación, pero también dice
que a quienes mandan en Cantabria solo les preocupa que Revilla vaya a encabezar
la manifestación de esta tarde contra los recortes. Al parecer, ahora, además de la tijera podadora del malestar, ejercen la potestad de decidir quién se
manifiesta y quién no, como si ese derecho emanase de su voluntad política y no
de la Constitución.
La cuestión no es quién protesta, sino por qué. Y no conviene
descender más de escalón. El mismo partido que hoy asegura sentirse avalado por
una mayoría silenciosa que se queda en casa, en anteriores legislaturas tomó la
calle, como es natural, para defender y protestar acerca de todos aquellos
asuntos que creyó convenientes, especialmente los concernientes a la moral, que
es ya en lo único –y poco- que se puede diferenciar de los anteriores.
Por supuesto, ante esta situación, no le preocupa nada que
don Mariano, que compatibiliza su cargo de presidente del Gobierno con su
condición de diputado por Madrid, además de su sueldo siga cobrando mensualmente del Congreso un complemento de 870
euros para gastos de alojamiento y manutención, cuando vive en Moncloa. Esto
supone que solo Rajoy se queda -sin corresponderle- con más de dos prestaciones
de parados al mes de esas que van a suprimir.
Tampoco suscita rechazo alguno que vayamos a costear las
vacaciones en Marivent a Cristina de Borbón y a sus cuatro hijos, con la de
imputaciones que le están cayendo al cabeza de familia y con las cuentas a
nombre de la infanta con dinero procedente del Instituto Nòos que se están
descubriendo.
Hasta las romerías han perdido entidad, y en lugar de verbena
con orquesta este verano se organizan romerías de emprendedores, como en
Corvera de Toranzo, donde exploran este formato innovador para tiempos de
crisis.
En fin, la vieja historia se repite. María Antonieta Fabra lanza
exabruptos y come pastelitos rosas en el hemiciclo mientras el pueblo, a las
puertas del Congreso, pide pan detrás de las vallas, como impotentes
espectadores de un circo contemporáneo con muchos payasos tristes.