La crisis ha disparado los
disparates, y como ante tiempos revueltos recomiendan aplicar la receta de la
creatividad, a ello se han puesto algunos, con resultados cuestionables que nos
han hecho añorar aquellos tiempos en los que no hacía falta pensar y nos dejábamos
llevar por iniciativas ajenas.
La Universidad de Cantabria ha
creado un grupo de inteligencia para detectar qué buscan los turistas en
Santander, cuando probablemente sea más fácil y más barato preguntárselo a
ellos mismos. El Ayuntamiento de Santander ha contratado a un experto para que diagnostique
el estado del sistema cultural de la ciudad, cuestión que debería haberse
abordado ya en el fracasado espejismo de la capitalidad europea. Y el Gobierno
de Cantabria seleccionará grupos de parados para que compartan penas, mientras
que en Santander se activa una cosa muy rara que se llama realidad aumentada.
Son algunas de las consecuencias
de la creatividad y, tal vez, de esa modernidad líquida que el filósofo polaco Zygmunt
Bauman dice que habitamos, de esa evanescencia y falta de compromiso por la que
transitamos. Vivimos una cultura de lo efímero en un escenario de incertidumbre y, en lugar de
mejorar la sociedad cada uno de nosotros buscamos un espacio cómodo y confortable,
una burbuja propia desde la que abandonar al resto del mundo y a sus problemas.
Mirar hacia otro lado. Y escapar. Es más fácil y menos
comprometido surfear sobre la realidad líquida que nadar en ella, dice Bauman.
Es cierto. Pocos vamos más allá de
arreglar el mundo desde el sofá y la barra del bar. Y cuando una vez nos
indignamos y tomamos las plazas, enseguida se nos agotó la efervescencia y
regresamos al silencio, a la porosa trinchera de nuestro hogar donde asimilamos
con resignación las consignas que cada día nos hacen más pobres, y más nos alejan
del paraíso prometido del liberalismo, el edén de libertad y riqueza consumista
que solo disfrutan quienes nos empobrecen y quienes nos gobiernan.
Nos deslizamos sin ruido,
ligeros, protegidos por un caparazón. Dóciles, que es la antesala de sumisos. Somos
cómodos para el poder. Y los somos en las grandes cuestiones y en las pequeñas
cosas.
Ya nadie se pregunta que será de Ángel
y Paquita, esos ancianos enamorados condenados por los servicios sociales a
separarse. Por si acaso el final es triste. Realidad líquida es un eufemismo
de Bauman para referirse al estado de cobardía moral del que nos nutrimos.