Ayer fue un domingo singular que
ha desparramado una resaca de alegría a un lunes siempre triste. La ilusión de
creernos mejores que otro, aunque solo sea en una competición deportiva, eleva la
moral de un país que, por un momento, se envuelve en una misma bandera nacional
que, en pocas semanas, cuando empiece la Liga, se cambia por esa otra identidad
más cercana al lugar al que cada uno se siente más atado emocionalmente.
Ayer fue un domingo singular,
porque aunque fuese por un instante, simbólicamente nos resarcimos un poquito
de tantos líos –como dice Mariano- y pasamos del pelotón de cola de los económicamente
torpes europeos al inútil limbo de la victoria deportiva. Nada nos importa que
quienes han chutado el balón cobren una prima total de casi siete millones de
euros (un 20% más de lo que ganaron en 2008) porque, a diferencia de los gestores
de las cajas de ahorro, estos muchachos –ya millonarios- nos hacen más felices
que los políticos.
Ayer fue un domingo singular,
porque el Gobierno, para celebrarlo, regaló por la mañana un punto extra a
todos los conductores que han sido buenos al volante. Y también, raro para ser
domingo, entró en vigor eso que llaman copago farmacéutico y en las boticas de
guardia se estrenaron las nuevas recetas. En los cuarteles españoles los
soldados empezaron a pagar la mitad de su comida. En Cantabria salió el sol
después del mitin de Revilla. En el muelle de Santander se manifestaron
ciudadanos a favor del sombrero y en contra del Centro Botín.
Ayer fue un domingo singular, y en
la resaca del día siguiente, de este lunes simpático, Sosa Wagner –desafectado de
alegrías de portería- dice en El Mundo que si en el 98 lloramos por el imperio
perdido, ahora lo hacemos sobre los títulos de una deuda que se desparrama como
un tumor infectado y venenoso. En realidad, frente al pesimismo, nos
enganchamos ahora al Tour de Hollande, que es la única esperanza de que el
Eurogrupo, o la Eurocopa, no nos rescate con balones de oxígeno envenenados.