Paco
Umbral decía que escribir era la manera más profunda de leer la vida. Se ponía
guapo para escribir, con el batín inglés de terciopelo azul noche y su
inseparable foulard blanco. Como si el ornamento exterior determinase a su vez
la estética narrativa que sus largos y ágiles dedos construían a impulsos sobre
aquella vieja Olivetti, cuya tinta destiló párrafos vitriólicos, lúcidos, críticos.
“El cinismo es un gran ejercicio intelectual”, acostumbraba a recitar.
Dicen
que fue un ejemplar literario único, poeta y compositor de una prosa lírica fértil
que suma 125 libros, extraordinaria, propia, original. Creía que el talento era
cuestión de insistencia. Soñó desde niño con ser columnista, como otros anhelan
ser abogados o médicos, y según Pepe Hierro lo que de verdad le gustaba era
flagelar la estupidez.
Diariamente
alimentaba su columna de pequeños detalles, de lo inesperado; lo aliñaba con su
lírica elegante y humor, y sostenía que siempre hay que escribir contra el
poder. Umbral no dejaba indiferente a nadie. Se definió a si mismo como un
escritor hosco y brillante, insolente y un poco rojo. Durante una temporada le
dio por beber leche y arrojar a la piscina de su casa los libros que no le
gustaban. ‘La madurez no es llegar al orden, sino instalarse en el caos’,
reflexionaba.
Explicaba
que un periódico tiene dos opciones: ‘Tranquilizar la digestión de sus lectores
o ser la espuela de plata mañanera que invite a la gente a vivir, participar y
enterarse’. Pero a la vez reconocía que el español medio compra el periódico para
tener ideas. ‘Por veinte duros se hace uno
socialdemócrata, demoliberal, democristiano, moderantista, neoconservador,
liberal de izquierdas, rojo de derechas o partidario del Atlético o el Madrid’,
apostillaba.
Enhebraba con brutal ironía las costuras de una columna que
destilaba belleza narrativa, ingenio y vida propia, a través de un penetrante y
seductor ejército de palabras que resucitaba, creaba o interpretaba hasta
bautizarlas en su peculiar lírica, en un credo narrativo extraordinariamente metafórico
que todos los días se asomaba, con renovado ingenio, al escaparate de la
realidad.
Ayer,
cinco años después de su fallecimiento, los políticos de Madrid le organizaron
un acto patrocinado por Caser Seguros y Gas Natural Fenosa. “La independencia
existe, pero se paga”, como repetía Umbral. Ana Botella aprovechó el momento
para adornarse con pluma ajena, y dijo que, hoy, la prosa del columnista haría
temblar a los nacionalistas. La tinta del intelectual salpicaría, como
acostumbraba, en todas las direcciones, incluida la suya; y pretender lo contrario
es desconocer el alma de sus palabras: ‘El periodismo mantiene a los ciudadanos
avisados, a las putas advertidas y al Gobierno inquieto’.
‘Yo
estoy conmigo y contra mí’. Es la mejor definición de un columnista.