Superman
se ha hecho autónomo. Con la que está cayendo ha renunciado a su trabajo como
redactor asalariado en el Daily Planet, porque un gran conglomerado multimedia se ha hecho con el control de la publicación y ha impuesto una línea editorial que
choca con sus más hondas convicciones. Montará su propio diario o un
blog. Y entonces se dará cuenta de que la verdad no le importa a –casi- nadie,
y que en su compañía tampoco se llega a fin de mes.
Eso
explica que un periodista como Clark Kent necesite ser a la vez un superhéroe
como Superman para ejercer con dignidad la profesión, para resistirse a la
manipulación, la ocultación y las medias verdades, que son el pan nuestro de
cada día en los medios de comunicación. Paradójicamente, los más peligrosos
suelen ser aquellos que se tachan a si mismos de independientes. La única verdad es la
realidad, defendía Aristóteles. Eso debería bastar para definirse. Y a eso
debería ceñirse un periodista, a sabiendas de que una verdad no es un cruce de
declaraciones de políticos sobre un tema que les conviene airear, ni una nota
de prensa redactada por el protagonista de la noticia, ni la agenda de un presidente, ni
la morbosa actualidad de sucesos.
Kapuscinski sostiene que el buen periodismo, además de describir un acontecimiento, explica
por qué ha sucedido; en el mal periodismo solo se describe sin ninguna conexión
o referencia al contexto.
El
periodista reflexiona, critica, descubre, piensa, coteja, explica, investiga, lee,
desmenuza, relaciona, cuestiona. En ese proceso, en ese tratamiento de la información,
reside la objetividad que, por supuesto, no se limita a contar con toda la
asepsia posible lo que opina una parte y su contraria sobre un tema.
Un
periodista no aplaude. Ve lo que otros no ven. Y no deja que le impongan lo que
es noticia. Hace ruido. Perturba al poder. Desvela. Porque la verdad se
corrompe tanto con la mentira como con el silencio. Y, todo eso, Superman, hay
que hacerlo sin Kryptonita.