El
desfile militar colapsa mañana Madrid sin que Cifuentes haya aplicado modulación
alguna al rito que este año nos cuesta 900.000 euros, frente a los 2.800.000
euros del año pasado. El fantasma del rescate, sumado a la tristeza financiera
y emocional, no ahuyenta la celebración del Día de la Fiesta Nacional. Precisamente
hoy que estamos a un paso de ingresar en el estercolero de Europa, según
sentencian los opacos examinadores estadounidenses ante quienes se arrodillan dirigentes
políticos y financieros con más devoción que los fieles vaticanos ante
Benedicto, y cuyos intereses nadie desenmascara.
Argumentan
que el Gobierno ha perdido margen para las reformas por el rechazo social, que no
se creen los presupuestos y que desconfían del compromiso de la Unión Europea
para ayudar a España, esa marca que ahora defenderá en el exterior Esperanza
Aguirre como funcionaria por tres mil euros al mes.
La
descalificación de país basura que nos aplican huele tan mal que la semana que
viene Botín lanza una insólita campaña publicitaria para animar a los
ciudadanos; aún no ha trascendido en qué términos.
Para
insuflar confianza mañana daremos el espectáculo en Castellana con el deseo de
que quienes cortan el bacalao financiero no reparen en las páginas de sucesos,
que orquestan un pentagrama de pandereta. Ayer robaron en la Audiencia el disco
duro con los secretos del caso Faisán. De aquí se llevaron artículos más prácticos,
como siete ordenadores de un instituto de Reinosa y 400 kilos de cobre en
Igollo, que dejaron a oscuras la autovía. Hace días desvalijaron cuatro casas
en Polanco. El otro día robaron una vivienda en Reinosa y los ladrones,
sorprendidos por la dueña, huyeron por la de al lado, que curiosamente era el
cuartel de la Guardia Civil, donde los cuerpos de seguridad del estado, en ese
momento, soplaban las velas de un cumpleaños.
Hoy
la Guardia Civil pide ayuda a los ciudadanos. “Que nos llamen al 062, podemos
enviar una patrulla inmediatamente”, dice el coronel jefe. La semana pasada un
señor de Reinosa se tropezó con cuatro ladrones que le atacaron con un hacha y tardaron cuarenta minutos en llegar. Otro vecino informó a las doce
de la noche de un robo en su domicilio y la patrulla se presentó a las ocho y
media de la mañana.
De
repente, acaso contaminadas por el espíritu de la crisis que justifica
injustificadamente que nada funcione en España, las fuerzas de seguridad del
estado se han contagiado de la falta de diligencia de las urgencias de
Valdecilla.
Parece
ser que se ha convertido en costumbre apelar a que los ciudadanos arrimemos el
hombro para cualquier cosa, admitiendo que ningún estamento funciona como
debiera. España es ya un gigantesco autoservicio en el que cada uno se busca la
vida. Se contrata un seguro médico privado, colegio de pago, un plan de
pensiones, una alarma antirrobos, seguro de vida… llevamos la fiambrera de casa
al colegio y al hospital, nos pagamos las medicinas, y cualquier día nos reclutan
por sorteo para sacudir las alfombras de los bancos.
Para
frenar este desvarío, en Santander los políticos van a instalar un cerebro
inteligente que, falta hace, y que tal vez desentrañe el conflicto de si los
niños catalanes tienen que querer más a papá estado que a mamá Cataluña. A eso estamos,
a intervenir corazones para imponer sentimientos. Qué rescate tan peculiar el
de esta España que hace poco aprobó su séptima ley de educación, porque ninguna
ha dado los frutos deseados por determinados políticos. Fabricar ciudadanos a
su imagen y semejanza, conscientes de que, como formuló Kant, el hombre no es más
que lo que la educación hace de él.