lunes, 15 de octubre de 2012

La tierra prometida


Ícaro quiso volar por encima de las nubes para alcanzar el paraíso, y el austriaco de apellido impronunciable ha hecho el viaje inverso para estrellarse sano y salvo sobre la tierra. El austriaco valiente emuló ayer el vuelo del hijo de Dédalo al revés, es decir, cuesta abajo, como la realidad que nos rodea, como la descendente curva de infelicidad, decrecimiento y déficit. Flotando en esa caída libre que es un poco lo que hacemos todos, caer y caer arrastrados por el descrédito moral y financiero hacia un pozo de dimensiones estratosféricas.
Tal vez por eso nos identificamos con la hazaña y todos somos un poco protagonistas de ese viaje simbólicamente compartido hacia la incertidumbre. Hemos bajado de la nube y aspiramos a aterrizar en la realizar, a tocar fondo para emerger revestidos de alguna esperanza. Como la que pretenden conquistar el millón de personas que en el último año y medio han salido de España. Una diáspora forzosa en busca de un futuro. Con seguridad, el peor pecado que un hombre puede cometer es no haber sido feliz. Por eso tal vez algunos de los que hasta ahora ejercían de perennes ciudadanos españoles no temen reconvertirse en nómadas, para dejarse llevar por otras geografías salpicadas de oportunidades para vivir. Son aquellos que no se conforman con resistir.
Hace unos años, no tantos, España se escandalizaba con la llegada de personas de otras culturas, tan poco acostumbrados al mestizaje como estábamos tras décadas de travesías poco alegres. Ahora, cuando muchos de ellos empezaban a construir su nueva vida -sobre los cimientos de barro de la famosa burbuja- levantan de nuevo el vuelo.
Esta vez, en su constante travesía, les acompañan los españoles a la conquista de la felicidad. Incluso algunos de aquellos que pretendieron cerrarles las fronteras.
Dicen que el viaje más largo es el que empieza con el primer paso. Con esa derrota al miedo a cambiar de escenario, que no es cambiar de vida, sino empezar a vivir de nuevo. Fabricarse unas alas nuevas para volar por encima de las nubes, pero esta vez, sin acercarnos mucho al sol para no cegarnos con el resplandor del paraíso capitalista del libre mercado.