Es
extraño en una ciudad indiferente a una grotesca geografía urbana aún salpicada
por la constante memoria de una dictadura cuyo recuerdo no se accede a borrar,
como borrado está el de sus víctimas.
La
hija de Pin el Cariñoso sobrevivió y hace un tiempo regresó de Estados Unidos,
donde vive desde los doce años, para recuperar lo que la dictadura le negó, que
es el apellido de su padre. Después de un lastimoso viaje emocional y
burocrático, hoy es oficialmente Josefina Lavín Solano, como en realidad
siempre fue.
Nació
en la cárcel ya derruida de la calle Alta y con dieciocho meses se quedó al
cuidado de su abuela Teresa, la madre de El Cariñoso, en Liérganes. Una
periodista norteamericana que realizaba un reportaje sobre las mujeres en las
cárceles franquistas conoció a la madre de Josefina y al saber que había nacido
en Arizona, aunque con pocos años retornó con sus padres a España, se puso en
contacto con la embajada estadounidense en Madrid. Salió de la cárcel y como
ciudadana norteamericana embarcó con su hija Josefina desde el puerto de Cádiz
rumbo a Nueva York.
Ayer,
en una pequeña librería de viejo de la Rampa de Sotileza, que es la huella de
Pereda y la calle más bonita de Santander -con permiso de la empalagosa postal
turística del marco incomparable-, conocí a Josefina Lavín Solano. Un emotivo
acto, muy íntimo, celebró la recuperación de su nombre, que es la memoria de su
padre que, a su vez, se exhibió en el documental de Vicente Vega.
Es
una mujer menuda, de mirada intensa y viva, que se asoma a su pasado con dolor
pero sin rencor. Lo que más me sorprendió fue su percepción de España. Piensa
que la democracia es un escaparate y se extraña de la falta de derechos de los
ciudadanos. Supongo que para una ciudadana estadounidense, o de cualquier otro
país incluso mucho más sensato, es incomprensible que no hayan sido juzgados
tantos crímenes, vejaciones, expolios y torturas. O que el otro día hayan
condenado a muerte por segunda vez al poeta Miguel Hernández, o que aún haya
muertos enterrados en las cunetas. La dictadura les negó justicia y la
democracia también. Cuando lo cubrió todo con un velo de silencio y olvido, que
aún hoy supura dolor.
Josefina
Lavín, la hija recuperada de José Lavín Cobo. Al despedirme, llovía. Una cortina de
lágrimas acompaña el eco de mis pasos solitarios sobre el empedrado del
Cabildo. Es ya de noche. Aprieto el paso hasta el número 44 de la calle Santa
Lucía. Y con un bolígrafo que apenas deja huella escribo rabia, impotencia y
vergüenza.