Me
he puesto a imaginar que pasaría si Wert y Cifuentes fuesen marido y mujer, y
no acierto a calcular los devastadores efectos de una combustión de semejantes
principios activos. Cada discusión matrimonial derivaría en un experimento
fallido de Quimicefa y estallarían de un bufido los cristales de las ventanas e
incendiarían las alfombras con los reproches que escupiesen sus bocas.
Desayunarían zumo de limón, no de naranja, para mantener oxidados sus niveles
de ácido. Para divertirse, en lugar de karaoke, animarían los postres de las
cenas con competiciones de tertulia a lo Intereconomía. Dominarían el mundo con
el poder de su anillo de compromiso, él embutido en su papel de celoso Golum y
ella vigilando desde la atalaya del ojo de Sauron lanzando orcos contra perroflautas,
antisistema y ciudadanos con camiseta sin marca.
Para
repeler sus brutales asertos no tendríamos más camino que la diáspora.
Rectores, indignados, padres y madres de alumnos, catalanes, parados con derecho
a desempleo y niños con tupper caminaríamos al exilio guiados por el juez
Pedraz. A la conquista de un paraíso ácrata, un escenario virgen de la
influencia de Draghi y sus podridas recetas de recuperación de la senda de
crecimiento, que no es más que una travesía sin retorno hacia la tierra oscura,
hacia el ombligo financiero del mundo.
Rajoy
llamaría a su pueblo. Consideraría esta huida un ejercicio de rebeldía
soberanista, y nos aplicaría el método modulado de Cifuentes por el artículo
155. “Se escapan los contribuyentes”, clamaría Montoro. Rubalcaba exigiría el
divorcio de Wert y Cifuentes, temeroso de que la alianza amorosa diese como
fruto un heredero que capitalizase su brutal genética; y los obispos le
satanizarían por invocar la destrucción de la familia. Rajoy meditaría cómo y
cuando acudir a rescatarnos, y con su proverbial diligencia, cuando quisiera reaccionar
Pedraz ya nos habría conducido hasta ese planeta del sistema estelar más
cercano al nuestro, que hoy dice que el periódico que se ha descubierto.
Allí
podríamos construir un mundo sin autonomías ni primas de riesgo, sin más bolsas
que las de plástico; sin Falete y sin diputaciones, ni soja transgénica, ni
copagos; sin balones de oxígeno financiero ni hilillos de plastilina; sin prepotencia,
ni despilfarro. Sin Urdangarín ni Eurovegas. Sin que se dispare el IVA. Un
mundo limpio de la apocalíptica charlatanería de Wert y Cifuentes.
Despierto
del ensueño. Todo es un chiste. Como ese que empieza preguntando ¿qué hacen un
mafioso chino, un actor porno y un concejal en España? Y acaba respondiendo, blanquear
dinero.
Lo
más desolador que he leído hoy es que antes los chinos se dedicaban a traer
productos desde China para venderlos en España. Ahora el viaje es a la inversa,
venden productos españoles en China. Y me imagino ese emergente mercado
amarillo transitando por bazares de figuritas de sevillanas y toros, exhibidos
en el descrédito de los estrechos pasillos de un ‘Todo a yuan’. No me imagino
una imagen más decadente para el orgullo nacional de Rajoy. Saldos made in spain.