No hay como la convocatoria de una
huelga general para que a algunos les entren unas ganas irrefrenables de
trabajar. A muchos dueños de tiendas les ocurre, pero se les pasa los sábados
por la tarde y al mediodía que es cuando sus clientes pueden comprar. También
los sindicalistas se ponen las pilas y vocean a las cajeras de los
supermercados esclavizadas por una miseria a la máquina de ganar dinero de un
señor que ese día se va al club de golf, donde nadie le tira huevos.
Señores
que ahora ya no se hacen empresarios sino emprendedores, como los políticos que
a la vista del descrédito de lo suyo también se reivindican en gestores, y que
han encontrado en la crisis una extraordinaria justificación para seguir exprimiendo
a sus empleados, con la inestimable complicidad del Gobierno que ha puesto a su
servicio una vergonzosa reforma de la ley laboral que los ha desprovisto de
derechos y dignidad.
Pero visto como está la cosa, nos
han convencido de que hay que agradecer al emprendedor de turno que mantenga
todo el trabajo basura que pueda, porque hace cinco años un mileurista era una paupérrima víctima de
un sistema laboral injusto, y hoy es un privilegiado. Este es uno de los
grandes avances de nuestro estado de bienestar.
Lamentablemente nos sobran los
motivos para el desencanto. Al paro, la falta de liderazgo, el incumplimiento
de las promesas electorales, la incertidumbre, la ausencia de confianza, la descoordinación
y hasta la soberbia, se unen otros fracasos, injusticias y preocupaciones que,
al parecer, debemos además soportar sin rechistar so pena de ser acusados de
antipatriotas y antisistema.
Un millón y medio de personas
tiene que recurrir a la caridad para poder resistir, sin que el estado haga
nada por ellos. Cuatrocientas mil personas han perdido su casa, y muchos de
ellos además seguirán pagando la deuda al banco de por vida. Pero a quiénes nos
gobiernan no se les pasa por la cabeza cambiar la ley para que la entrega de la
vivienda salde la deuda. Supongo que será para no molestar a esos bancos que
han arruinado el país y cuyo rescate nos cuesta dos mil euros a cada ciudadano,
mientras ellos nos empluman preferentes y demás porquerías financieras legales,
también, algo que hay que agradecer a los sucesivos gobiernos que ha tenido
España y que ahora meten mano a los ahorros de nuestras pensiones, más frágiles
cada día.
Poco podemos hacer, además, por
defendernos con las tasas judiciales que aprobaron ayer para que solo los que
tengan dinero puedan defender sus derechos. E incluso vulnerar los del resto
con total impunidad. La misma que asiste a los defraudadores de este país que
ahora disfrutan de una insólita y descarada amnistía fiscal mientras Hacienda
nos embarga el sueldo, a los cuatro privilegiados que aún lo tienen, al menor débito
a las arcas públicas.
En medio de este apocalíptico
escenario nos han subido todos los impuestos e incluso han añadido alguno
nuevo, como el céntimo sanitario de la gasolina que se debe utilizar para otra
cosa, porque cierran hospitales, los consultorios por la tarde, reducen médicos,
nos hacen pagar más por las medicinas y niegan la asistencia sanitaria a
parados sin prestación e inmigrantes. Sube el IRPF, el IVA el IBI y todas las
malditas siglas recaudadoras; las tasas de la universidad y los conservatorios,
el agua y las basuras, la luz, el gas y la gasolina. Y nos quitan ayudas para
libros, colegios, guarderías, comedores y personas dependientes; mientras el
tipo que pagan las empresas sobre su resultado contable (11,6%) es inferior al
que soportan las familias por su renta (12,4%).
Estamos enfadados porque aquí no
adelgaza el despilfarro ni las administraciones, o si lo hacen es con
extraordinaria timidez, como si pudiera postergarse la limpieza para tiempos aún
peores. Los políticos conservan sus ejércitos de asesores y tienen iphone, ipad
e Internet gratis, los ricos tributan el 1% de lo que ganan en las fantásticas
Sicav y los escándalos de corrupción salpican las páginas de los periódicos.
Si aún así todo esto le causa indiferencia, compruebe si aún
respira.