Imagino
cuántos españoles en esa aviesa e infortuna edad de la cadera quebrada, con la
consustancial demora del sistema, esperan turno para incorporar a su organismo
una nueva prótesis; mientras el rey ya les lleva tres de ventaja. Y ésta última
pieza empotrada en su organismo es objeto de una parafernalia informativa insólita
y desaforada para una mera reparación artrítica. Por no hablar del despliegue
de fisioterapeutas solícitos dispuestos a ejercitar la patita real rezumando
almíbar.
Todo
este sainete de la cadera se ha convertido en el salvoconducto escénico del
calculado retorno del codicioso Urdangarín, ese yerno que en realidad no parece
haber estado demasiado proscrito para lo negro que resultó ser su manto de
carnero.
El
yernísimo devolverá una parte de lo que dice el juez que ha estafado y
protagonizará la penitencia de vivir un tiempo revestido de austeridad, con un
ascetismo falso que exhiba su pretendido arrepentimiento ante todos nosotros, a
quienes Juan Carlos pretendió confundirnos haciéndonos creer que, de verdad,
todos somos iguales ante la ley. Luego llegó Gallardón y rompió el encanto,
porque ahora la Justicia solo es para quien pueda pagarla. Amén de la exhibición
del repudio a Urdangarín, una maniobra de disimulo demasiado corta en el tiempo,
que no se han molestado en dilatar ni siquiera hasta que se cierre el proceso.
El
duque ya tiene el perdón real y aunque lo suyo aún dará mucho que hablar no ha
sido suficiente el desdoro como para que se le aparte de su privilegiada
consideración en la Royal Family. Me pregunto si la reacción del rey hubiese
sido la misma si el muchacho le hubiese robado solo a él, y no a todos
nosotros.
Siempre
nos quedará Nochebuena, un escaparate para exigir sin dar ejemplo. Como hacen
en este país todos los que tienen poder: Predicar austeridad desde sus
bolsillos llenos.