Los científicos han descubierto que las focas, cuando están
en el agua, saben dormir con la mitad de su cerebro. Curiosamente funcionan al
contrario que algunos miembros, incluso ilustres, de nuestras comunidades de
seres humanos, cuyo cerebro también funciona a medio gas, pero cuando están
despiertos, lo cual es más preocupante.
Hace unos días la desempleada y televisiva Yola Berrocal –
que sorprendió al mundo cuando aseguró tener un árbol ginecológico muy frondoso en su familia- anunció que se va de
España y se puso como ejemplo de la fuga de cerebros. Con esos mimbres puede emigrar
a California, al calor intelectual de Schwarzenegger, el exgobernador que
atesora la propiedad intelectual de la frase: “Creo que el matrimonio
homosexual es algo que debería darse entre un hombre y una mujer”.
Pero es que la gente presumiblemente más seria no le va a la
zaga, lo cual, para nuestra desgracia, les convierte en productos no
exportables que se perpetúan en el mercado nacional. “Actualmente no hay
corrupción, la que estamos conociendo es de otra época”, pronunció recientemente
el delirante González Pons. Esperanza Aguirre nos confesó que no llegaba a fin
de mes. Zaplana que estaba en política para forrarse. “El oro me lo habían
regalado mis padres”, se excusó Díaz Ferrán ante el juez. Rajoy y su primo,
aquel que negaba el cambio climático. “El dinero público no es de nadie”, clamó
Carmen Calvo. “La vivienda está cara en España porque los españoles pueden
pagarla”, argumentó Cascos. “No son parados, son personas que se han apuntado
al paro”, corrigió Zapatero al ser preguntado por el incremento del desempleo.
Y la extraordinaria lucidez del entonces ministro Pepiño Blanco cuando dijo: “Hoy
los españoles viven mejor que nunca, aunque alguno tiene algún problema”, en
consonancia con Carmen Chacón que aseguró que los españoles nos habíamos
hipotecado con cabeza. Floriano se ha hecho hueco con argumentos como “a los
empleados imputados no se les puede despedir legalmente. Aunque la más explícita
y concisa declaración política salio de la boca de Andrea Fabra, sin duda una
de las voces más reputadas del hemiciclo.
“¿Para qué voy a condenar yo el franquismo”, razonaba Mayor
Oreja con un espeluznante argumento democrático, “si representaba a la mayoría
de la sociedad”. Las peras y las manzanas que sumaba Ana Botella, la conjunción
planetaria de Leire Pajín, la oralidad catalana de la intimidad de Aznar, el
café de 80 céntimos que tomaba Zapatero, los hilillos de plastilina de Rajoy, Celia
Villalobos haciendo caldo con pata de pollo en plena crisis de las vacas locas,
y las miembras de Bibiana Aído. “Eres mi escudo, Mariano”, clamaba Camps.
Carlos Menem aseguró que leía mucho a Sócrates y que tenía sus
obras completas en la biblioteca de su casa. Un milagro, porque nunca escribió nada.
Evo Morales está convencido de que comemos pollos hormonados que nos convierten
en desviados sexuales. George Bush II confesó que la mayoría de las
importaciones de Estados Unidos vienen de fuera de país. Y Chávez nos ha abierto
la mente a la posibilidad científica de que la CIA pueda ir por ahí infectando
de cáncer a la gente, “¿sería extraño que
hubieran desarrollado una tecnología para inducir el cáncer y nadie lo sepa
hasta ahora y se descubra esto dentro de 50 años? No lo sé, eso lo dejo a la
reflexión". Menos mal que aquí Mariló nos lo aclara de un
momento en su editorial, con esa clarividencia científico intelectual que
comparte con Marina Castaño, la mujer que en plena guerra de Irak sostenía que
las armas químicas pueden esconderse en un bote de garbanzos, para justificar
que nadie las encontraba.
Ya decía Lincoln que hay momentos en la vida de todo político
en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios.