Hace un año, el arzobispo de
Palermo –no podría ser más elocuente su origen- Paolo Romero rumoreaba a
espaldas del Vaticano que al Papa le quedaban doce meses de vida, que se
llevaba a matar con su número dos, Tarcisio Bertone, y que estaba atando cabos para que el arzobispo
de Milán Angelo Scola heredase su ministerio petrino. Un arzobispo latino se lo
cotilleó al Papa en una carta catalogada de confidencial pero que acabó publicándose,
porque alguien, desde dentro, levantó la tapa de un alcantarilla.
El Vaticano y la CIA son, con
acertada probabilidad, dos de las instituciones más opacas y turbias del mundo.
Con el paso del tiempo, el trono de San Pedro no ha podido sustraerse a la
ambición, las conjuras y conspiraciones y las intrigas por el poder. Aún así, y
pese a su deteriorada credibilidad, se mantiene como la institución religiosa
con más pedigrí, poder y dinero que, no obstante, ahora también se tambalea con
esta singular y sorprendente crisis.
El acerado Ratzinger, el
ultraortodoxo, el intelectual; su riguroso espíritu católico alemán se
resquebraja y se rinde dejando el trono en manos de las corrientes de poder que
antes socavaron los cimientos vaticanos ventilando los secretos y minando la
confianza de un pontífice enfermo, que solo ha podido ser una breve transición
al frente de la iglesia.
El hombre de hierro ha perdido la
partida –dice que frente a la salud-, pero el desgaste de espíritu al que también
apela para justificar su renuncia al papado escenifica que, sin fuerzas, ha sido
derrotado por quiénes hace ya más de un año solo aspiran a sucederle y gobernar
el cetro más codiciado por la curia romana.
La renuncia del Papa muestra los
pies de barro del coloso vaticano y sacude profundamente sus cimientos de una
institución que se va despojando de su aura divina para mostrarse al mundo como
lo que es, un descarnado núcleo de poder a imagen y semejanza de otras
fracasadas instituciones que padecemos todos los días.
La crisis vaticana socava los
cimientos del último coloso. Ya sabemos que, por desgracia, no es la reserva
espiritual, ni moral, ni ética que debiera ser. Es un estado más. En el fondo,
por gracioso que parezca, Benedicto es también un Rajoy o un Berlusconi más
sujeto a las veleidades de las intrigas de sus cortesanos, las deslealtades, los
juegos de poder y los resultados de la gestión de sus ministerios.
Pero, sorprendentemente, hasta el
Papa ha dimitido antes que Ana Mato. Esa es la reflexión a la que debe
conducirnos la noticia del siglo. Hasta él sabe cuándo irse. Como reacción,
en el Partido Popular han echado a Jesús Sepúlveda. Y, pásmense, que esperan aplausos.