lunes, 11 de febrero de 2013

Los pies de barro


Hace un año, el arzobispo de Palermo –no podría ser más elocuente su origen- Paolo Romero rumoreaba a espaldas del Vaticano que al Papa le quedaban doce meses de vida, que se llevaba a matar con su número dos, Tarcisio Bertone,  y que estaba atando cabos para que el arzobispo de Milán Angelo Scola heredase su ministerio petrino. Un arzobispo latino se lo cotilleó al Papa en una carta catalogada de confidencial pero que acabó publicándose, porque alguien, desde dentro, levantó la tapa de un alcantarilla.

El Vaticano y la CIA son, con acertada probabilidad, dos de las instituciones más opacas y turbias del mundo. Con el paso del tiempo, el trono de San Pedro no ha podido sustraerse a la ambición, las conjuras y conspiraciones y las intrigas por el poder. Aún así, y pese a su deteriorada credibilidad, se mantiene como la institución religiosa con más pedigrí, poder y dinero que, no obstante, ahora también se tambalea con esta singular y sorprendente crisis.

El acerado Ratzinger, el ultraortodoxo, el intelectual; su riguroso espíritu católico alemán se resquebraja y se rinde dejando el trono en manos de las corrientes de poder que antes socavaron los cimientos vaticanos ventilando los secretos y minando la confianza de un pontífice enfermo, que solo ha podido ser una breve transición al frente de la iglesia.
El hombre de hierro ha perdido la partida –dice que frente a la salud-, pero el desgaste de espíritu al que también apela para justificar su renuncia al papado escenifica que, sin fuerzas, ha sido derrotado por quiénes hace ya más de un año solo aspiran a sucederle y gobernar el cetro más codiciado por la curia romana.

La renuncia del Papa muestra los pies de barro del coloso vaticano y sacude profundamente sus cimientos de una institución que se va despojando de su aura divina para mostrarse al mundo como lo que es, un descarnado núcleo de poder a imagen y semejanza de otras fracasadas instituciones que padecemos todos los días.

La crisis vaticana socava los cimientos del último coloso. Ya sabemos que, por desgracia, no es la reserva espiritual, ni moral, ni ética que debiera ser. Es un estado más. En el fondo, por gracioso que parezca, Benedicto es también un Rajoy o un Berlusconi más sujeto a las veleidades de las intrigas de sus cortesanos, las deslealtades, los juegos de poder y los resultados de la gestión de sus ministerios.

Pero, sorprendentemente, hasta el Papa ha dimitido antes que Ana Mato. Esa es la reflexión a la que debe conducirnos la noticia del siglo. Hasta él sabe cuándo irse. Como reacción, en el Partido Popular han echado a Jesús Sepúlveda. Y, pásmense, que esperan aplausos.