Entonces, la esperanza
era grande y la vida valía la pena. Ahora hay tormentas que no podemos resistir.
La zozobra de una crisis inmoral quebró ayer la vida de otras dos personas a
punto de ser desahuciadas de su casa. Hoy otro hombre en Alicante recibió con
su muerte a la comisión de embargos. Van cuatro esta semana. Ellos, como esos
perdedores que retrató Víctor Hugo en Los
Miserables, alguna vez soñaron que su vida sería diferente al infierno que
acabaron padeciendo.
Empieza a ser constante el goteo de ciudadanos que no soportan
la vida por razones tan desatinadas y a la vez tan determinantes como no tener
trabajo ni dinero. No son fracasados, ni perdedores. Son víctimas de un sistema
social y jurídico injusto, en el que gobernantes pusilánimes, que se dejan
manejar por los intereses financieros, únicamente se preocupan por abultar su
cartera –repasen la escandalosa lista de corruptos- y la de los ricos, sin
importarles las consecuencias que ello tiene en el resto de los ciudadanos.
En el caso de los desahucios, el propio gobierno admitió ayer
a regañadientes debatir sobre la dación en pago, aunque –por escandaloso que
parezca- no tiene intención de obligar a que la deuda se salde con la entrega
de la vivienda hipotecada, no sea que se lastimen los bolsillos de los banqueros.
Se permiten estos atropellos con el más absoluto descaro, con la misma
impunidad y tibieza que se tolera la corrupción.
Hace tres meses el gobierno chino comenzó una peculiar
cruzada contra la corrupción prohibiendo a los funcionarios del régimen acertar
regalos caros y derrochar dinero en celebrar banquetes o comprar coches
lujosos. Hace solo unos días a estas medidas se ha sumado la prohibición de
anunciar regalos caros en la radio y en la televisión, como relojes y joyas.
El lujo seguirá existiendo pero el régimen chino quiere
esconderlo a los ojos de los pobres, para que al menos, mientras se reparten
los fideos de la sopa cuando ven la televisión a la hora de la cena, no se les
haga la boca agua con el paraíso consumista que nunca podrán alcanzar y que
tanto daño nos ha hecho.
No es por compasión, ni por solidaridad ascética, ni por
respeto a quienes lo están pasando tan mal. Es una precaución de los poderosos:
Frenar la ostentación de la riqueza y sus comportamientos desinhibidos y chulescos.
Los comunistas chinos lo tienen claro: Ni una sola foto del sueño capitalista,
que pasará a ser un placer clandestino únicamente reservado para aquellos
privilegiados que aún puedan permitírselo.
Es una forma de evitar el peligro, de apaciguar, de no
provocar a quienes nada tienen para evitar que prenda la indignación y
despierten las guillotinas. Aquí en España la impúdica exhibición del lujo y
del dinero es desvergonzada y constante. Las cenas de cinco estrellas de
Barcenas y Urdangarín, los áticos en Marbella, los fines de semana en spa de
lujo, los maridos colocados en jugosos consejos de administración, las cacerías,
las cuentas en Suiza, los sobresueldos A y B, y los cuñados asesores contratados
con dinero público. Y la publicación de los abultados sueldos de Rajoy, para
desmentir otras arbitrariedades más escandalosas, no ha hecho más que abrir
otra brecha entre gobernantes y gobernados. Caminamos por realidades
diferentes. Si no tienen pan, que se
coman las migas del pastel de la corrupción, responderán cualquier día desde
el Palacio de la Moncloa.
Pero los tigres llegan en la
noche con sus voces suaves como el trueno y convierten nuestros sueños en
vergüenza. No nos permiten
aspirar a otra vida mejor. Tenemos que conformarnos con pasar de mileuristas a desahuciados. Tiñen de
gris nuestras esperanzas.
Miserables. Unos y otros. Los desdichados, los infelices, los
que no tienen ni fuerza ni valor, quienes pierden el futuro con su silencio. Y
los abyectos y canallas que no nos dejan ni soñar.
Fellini decía que nuestros sueños son nuestra única vida
real. No deberíamos ponerlos en manos de quienes pueden destruirlos.