Tan huérfanos como estábamos de
un líder después de repetidos fraudes de muy distinto cariz como Obama, Chavez
o la acerada Merkel, que ha heredado la dureza e impermeabilidad de la Thatcher,
dos personajes de desconcertante y diferenciada apostura –Kiko Veneno y el papa
Francisco- son quienes a contracorriente siembran los alegatos humanistas, intensos
y puros, pero con parcas posibilidades de germinar en este mundo, que algunos
han manipulado hasta convertir en una inquietante maquinaria para ganar dinero
que escupe billetes y genera infelicidad, aeropuertos sin aviones, bótox, mapas
del clítoris, e incluso ridículas y aplaudidas deconstrucciones culinarias.
Uno, Kiko Veneno, por su probado ascetismo vital más creíble
que el otro, que se ha asomado al balcón del Vaticano con una lista de buenos
propósitos, que tendrán que hacerse carne o se diluirán entre las brumas del
aleteo de la paloma espiritual de la habitual liturgia eclesiástica.
No deja de tener su gracia que nadie más que el papa nos
invite a huir de la sed del dinero, mientras nuestros líderes políticos se
afanan en navegar en dirección contraria, tratando inútilmente de saciar el
voraz apetito de los mercados financieros exprimiendo aún más los manantiales,
ya secos, de los ciudadanos, a quienes no dudan en sacrificar con tal de que todo
siga igual de mal que antes.
Hoy, en la prensa, Kiko Veneno dice que se puede vivir sin el
Fondo Monetario Internacional, sin suerte y sin dinero; pero no sin abrazos y
sin besos. No debemos tener miedo de la bondad ni de la ternura, clama el papa.
Si no aprendemos ahora, no vamos a aprender nunca, alerta el
cantautor. En estos treinta años de aparente felicidad hemos estado
construyendo la miseria que ahora nos invade, nos hemos dedicado a hablar de fútbol
y a comprar y vender pisos, ¿y qué riqueza hemos creado? La frustrante
respuesta constata que no tiene sentido aspirar a reconstruir y recorrer el
mismo camino, para llegar a su final, que es el precipicio. Ya lo dijo Aristóteles,
no todo término merece el nombre de fin, sino tan solo el que es óptimo.