Alguien dijo alguna vez que la
memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Pero ahora unos científicos
estadounidenses han creado un gel que transparenta el cerebro para poder
estudiar con detalle cómo funciona. El hidrogel es un cóctel químico a base de
plástico y gas que mediante hidroforesis, un tratamiento de complicado nombre,
consigue desnudar nuestra mente.
Es violento, como las máquinas de
la verdad, como esa posibilidad diabólica de que también penetren en nuestro
pensamiento, que es ya el único rincón íntimo en el que nos encontramos. Siempre
que hayamos conseguido salvaguardarlo de las consignas oficiales sobre qué
debemos pensar, libre de manipulación. Siempre que hayamos ejercitado la duda y
aplicado el escepticismo para tamizar las verdades que nos son dadas, y que en
realidad son puntos de vista o una mera defensa de determinados intereses.
Sampedro, hacia quien ahora hay un
viaje constante como referente intelectual, defendía que sin libertad de
pensamiento, la libertad de expresión no tiene ningún valor. Un librepensador
es más libre en la cárcel que el carcelero que le custodia, decía. Primero se libre, luego pide la libertad,
recitaba Pessoa.
Pensar no es suscribir lo que
dice un individuo o un medio de comunicación simplemente porque éste pertenece
a determinada órbita ideológica –si es que aún alguno de los grandes partidos
políticos destila alguna-. Libertad es decidir, lo más opuesto a dejarse
llevar, explica Savater. La oportunidad para ser mejor, defiende Camus.
Pero nos quieren hacer creer que la
libertad de expresión se limita a expresar lo que piensa el que manda, y quien
se sale del guión es un proscrito, o incluso un nazi. Chomsky sostiene que si
no creemos en la libertad de expresión para la gente que despreciamos, no creemos
en ella.
Todo nuestro
conocimiento, según Kant, arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina
en la razón. Pero algunos llaman razonamiento a encontrar argumentos para
seguir creyendo lo creen.
Saramago decía que hemos pronunciado
millones de veces la palabra libertad pero que no sabemos lo que es porque no
lo hemos vivido, y la estamos interpretando como permisividad.
Para qué ser libres, si no
ejercemos la libertad de pensar. Ramón y Cajal reivindicaba que todo hombre
puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro. Aún nos queda ese refugio, libre de distancias y de multas, de consignas y reproches.