El 12 de julio de 2013
Las clases de ‘empoderamiento’, palabro
maldito de viejas políticas que pretendieron construir superegos femeninos de
idéntico tamaño al de Aznar; la fervorosa animación a la autoestima a través de
la doctrina del ‘coaching’, y el denodado afán de exaltación de la
‘emprendeduría’, han impulsado a Camargo hacia al infinito y más allá. Hasta el
punto de que, en un chupinazo de adrenalina, el municipio ha nombrado al papa
Francisco romero mayor de las fiestas del Carmen. El santo padre no ha
respondido, pero la junta vecinal de Revilla dice que no pierden la fe.
Lo mismo le ocurre a Santander que, tras una
encadenada sucesión de iniciativas fracasadas, aún intenta reinventarse en un
apelativo que la distinga. Aspiró a ser capital cultural europea, ciudad del
conocimiento, ahora compite con ahínco por hacerse inteligente –tan solo
tecnológicamente hablando, no se emocionen-, y, en otro despilfarrado brote de
efusión, con sus finanzas bailando el tango –marchitas-, acaba de presentar la candidatura
para convertirse en Ciudad Europea del Deporte. Eso si, con un palacio de
deportes prácticamente a estrenar, un equipo de fútbol que juega en la
deshonrosa liga de la desintegración y el descrédito, un mundial de vela en el
que soplan malos vientos económicos y algunos méritos más, como retales de
carril bici robados a las aceras.
Por lo pronto, cegado por un desatinado
optimismo de miras, tenemos un pedigrí desdeñado, que es el de capital de la
prehistoria, que resplandece de entusiasmo con la apertura del nuevo museo,
soberbio, sin que para eso necesite llamar la atención dentro de un escaparate
con un pie en la bahía, un capricho exclusivamente reservado a lo
contemporáneo.
Dicen que la historia se repite porque no
se aprovechan sus lecciones. Ahora que ya no nos invaden los romanos, las
tropas de Sniace conquistan Santander. Un ejército de ciudadanos sin futuro
laboral, cargados de zozobra y de incertidumbre, que se resiste a dejarse
invadir por la resignación y el silencio.
Al fin y al cabo, como dice Galeano, somos
lo que hacemos para cambiar lo que somos.