lunes, 16 de marzo de 2020

DÍA 1: Son las ocho

Son las ocho. Lo se porque el ruido de los aplausos de mis vecinos quiebran el vacío de silencio de mis días. Apago la luz y abro la ventana. Enfrente, otras sombras como la mía extienden los brazos para aplaudir a la nada. En la oscuridad y mientras sincronizo el ruido de mis palmas, recuento mentalmente si falta alguno. Hoy no se ha asomado el chico del segundo entre las macetas de geranios. Siempre viste chandal y abraza el aire con energía sobrecogedora. Como si este momento de aplausos colectivos -que para mi es un instante de profundo desasosiego- a él le resultase una rutina gimnástica. Es el quién marca el ritmo con ímpetu. Así que hoy formamos un coro más desconcertado. La vecina del tercero, cuya ventana jamás se había abierto hasta ahora, me mira de forma penetrante mientras aplaude frente a mí, en silencio y a oscuras. Yo paseo la mirada por los edificios de la calle. Aquellos del primero, encima del bar, no salen a dar palmas. Tienen la luz encendida y a través de la cortina se intuye una televisión siempre encendida.
El gesto se ha vuelto mecánico. Dan las ocho, abro la ventana y me pongo a aplaudir. Como quien sacude una alfombra. Es increíble lo rápido que abrazamos nuevas rutinas. Tres días de encierro y ya he consolidado nuevos hábitos.
En realidad, cuando salgo a la ventana me embriaga una emoción desconocida, perturbadora. Se que pasa algo que sacude mi mundo.
Cada llamada al aplauso es en realidad otro silencio. Es el peor momento del día, el gesto que evidencia el aislamiento, la debilidad, el temor. Me recuerda el confinamiento. Despierta en mi la angustia de la incertidumbre. El resto del día consigo olvidar por qué no salgo. Pero cada tarde, cada campanada convoca en mí una extraña desazón. Al tiempo, me hace sentir parte de una extraordinaria experiencia, de una prueba de vida. Durante estos días he sentido temor y una anormal inquietud. Hay algo que se ha salido del guión. Una amenaza propia de la ficción. Algunas cosas han pasado a ser irrelevantes. Otras, como el pan que raciono para mis desayunos, se muestran más imprescindibles que nunca. He decidido no salir de casa hasta que se me agoten las provisiones. Pero voy haciendo una lista con lo que quiero comprar cuando no me quede más remedio que salir. Si. Lo reconozco. Me siento segura entre las paredes de mi casa. En este encierro de soledad y silencio.