Ayer murió Jesús de Cos, el comandante Pablo, uno de los últimos
maquis, de aquellos que no se resignaron a la dictadura y se echaron al monte. Pero
su despedida no encuentra hueco en la actualidad de Cantabria, preocupada hoy por
el destino de un reno navideño de cartón piedra mutilado que ha costado cuatro
mil euros, y por el Racing, que ha rescindido el contrato a Fabri. La mejor
tumba es la más sencilla, enunció Platón.
Guerrillero hasta su último aliento, De Cos defendió la
democracia atrincherado en las montañas con la Brigada Machado hasta su exilio
en Francia. Una ausencia que duró 38 años. Volvió para ver con amargura cómo
quedaron impunes los verdugos de la democracia.
Hijo de un teniente de alcalde republicano de Rionansa que
fue hecho prisionero por los nazis y deportado a Mauthausen donde murió, el último
maquis cántabro que hoy despedimos compartió con su familia el arrojo en la
defensa de la democracia aún cuando la contienda civil ya ha había escrito su
fatal desenlace. Sus hermanos Manuel y Magdalena, también militaron en la
guerrilla. Ella fue condenada a pena de cárcel y después obligada a dejar el
pueblo. Residió en Madrid y, hasta su muerte en 2008, su casa en el parque San
Juan Bautista estuvo siempre abierta a los desheredados sociales a quienes
cobijaba y protegía.
La última vez que vi a Jesús de Cos volvió a narrar las
torturas, la represión y el dolor de aquella fracasada defensa de la
democracia. Fue el 24 de octubre, en el homenaje a Josefina, la hija de El
Cariñoso, que organizó la Librería La Libre. Conservaba ese lenguaje propio de
otra época, esos términos hoy desterrados del discurso político por lugares
comunes y frases manidas. Pero en su verbo encendido no había atisbo de
indiferencia ni de resignación, dos de los peores vicios de esta sociedad
amordazada a la que el silencio convierte en cómplice. Conservaba intacta esa
capacidad para sacudir conciencias de la que estamos tan huérfanos. ‘Los únicos
vencidos son los que no luchan’, decía.
Le recuerdo –no esta última vez - vestido con camisa roja, en
un guiño cromático a la enseña democrática que defendió. Se atrevió a bautizar
a una hija Libertad, la misma que él defendió con convencimiento y ardor hasta
el final. Y se plantó en la plaza Porticada cuando ésta fue tomada por los
ciudadanos, en aquella iniciativa insólita para esta ciudad de provincias con ínfulas
señoriales que tantas esperanzas despertó en quienes defienden que otro mundo
es posible.
Jesús de Cos pertenece a una estirpe que nadie recuerda, que
regresó del exilio como si no hubiera pasado nada. Denunció infatigablemente
que Ley de Amnistía fue para los franquistas, para ellos no. Los guerrilleros
que lucharon contra la dictadura siguieron sometidos a la Ley de Bandidaje y
Terrorismo, vigente hasta 2008. “Y aún en la actualidad seguimos catalogados
como bandidos, malhechores y delincuentes, ¿es esto democracia?, bramaba. El
poeta Miguel Hernández ha sido recientemente condenado a muerte por segunda
vez. Y Jesús de Cos abandona la vida sin haber sido recompensado por las
torturas y persecución que sufrió.
Marlene Dietrich tenía razón. Uno debe de temerle a la vida,
no a la muerte. Pero hoy toca evocar una cita de Mao Tse Tung que repetía Jesús:
Hay muertos que no pesan más que una pluma y otros que pesan más que la montaña
de Sian.