martes, 11 de diciembre de 2012

La silenciosa muerte del comandante Pablo


Ayer murió Jesús de Cos, el comandante Pablo, uno de los últimos maquis, de aquellos que no se resignaron a la dictadura y se echaron al monte. Pero su despedida no encuentra hueco en la actualidad de Cantabria, preocupada hoy por el destino de un reno navideño de cartón piedra mutilado que ha costado cuatro mil euros, y por el Racing, que ha rescindido el contrato a Fabri. La mejor tumba es la más sencilla, enunció Platón.

Guerrillero hasta su último aliento, De Cos defendió la democracia atrincherado en las montañas con la Brigada Machado hasta su exilio en Francia. Una ausencia que duró 38 años. Volvió para ver con amargura cómo quedaron impunes los verdugos de la democracia.

Hijo de un teniente de alcalde republicano de Rionansa que fue hecho prisionero por los nazis y deportado a Mauthausen donde murió, el último maquis cántabro que hoy despedimos compartió con su familia el arrojo en la defensa de la democracia aún cuando la contienda civil ya ha había escrito su fatal desenlace. Sus hermanos Manuel y Magdalena, también militaron en la guerrilla. Ella fue condenada a pena de cárcel y después obligada a dejar el pueblo. Residió en Madrid y, hasta su muerte en 2008, su casa en el parque San Juan Bautista estuvo siempre abierta a los desheredados sociales a quienes cobijaba y protegía.

La última vez que vi a Jesús de Cos volvió a narrar las torturas, la represión y el dolor de aquella fracasada defensa de la democracia. Fue el 24 de octubre, en el homenaje a Josefina, la hija de El Cariñoso, que organizó la Librería La Libre. Conservaba ese lenguaje propio de otra época, esos términos hoy desterrados del discurso político por lugares comunes y frases manidas. Pero en su verbo encendido no había atisbo de indiferencia ni de resignación, dos de los peores vicios de esta sociedad amordazada a la que el silencio convierte en cómplice. Conservaba intacta esa capacidad para sacudir conciencias de la que estamos tan huérfanos. ‘Los únicos vencidos son los que no luchan’, decía.

Le recuerdo –no esta última vez - vestido con camisa roja, en un guiño cromático a la enseña democrática que defendió. Se atrevió a bautizar a una hija Libertad, la misma que él defendió con convencimiento y ardor hasta el final. Y se plantó en la plaza Porticada cuando ésta fue tomada por los ciudadanos, en aquella iniciativa insólita para esta ciudad de provincias con ínfulas señoriales que tantas esperanzas despertó en quienes defienden que otro mundo es posible.

Jesús de Cos pertenece a una estirpe que nadie recuerda, que regresó del exilio como si no hubiera pasado nada. Denunció infatigablemente que Ley de Amnistía fue para los franquistas, para ellos no. Los guerrilleros que lucharon contra la dictadura siguieron sometidos a la Ley de Bandidaje y Terrorismo, vigente hasta 2008. “Y aún en la actualidad seguimos catalogados como bandidos, malhechores y delincuentes, ¿es esto democracia?, bramaba. El poeta Miguel Hernández ha sido recientemente condenado a muerte por segunda vez. Y Jesús de Cos abandona la vida sin haber sido recompensado por las torturas y persecución que sufrió.
Marlene Dietrich tenía razón. Uno debe de temerle a la vida, no a la muerte. Pero hoy toca evocar una cita de Mao Tse Tung que repetía Jesús: Hay muertos que no pesan más que una pluma y otros que pesan más que la montaña de Sian.